viernes, 30 de abril de 2010
Yo tenía
Yo tenía un bolígrafo negro perfecto, el que más me ha gustado jamás, con la punta ni fina ni gorda y la contundencia suficiente para lograr una escritura firme y a la vez suelta, que no traspasaba las hojas de la libreta y siempre emitía la misma cantidad de tinta. Ahora, hace días que se me ha gastado y no acabo de decidirme a ir a la tienda para comprar otro. ¿Por qué dejaremos de hacer cosas que sabemos son necesarias? Mientras tanto pasa el tiempo y me veo obligado a apuntar las cosas con chorreantes pilots que lo emborronan todo y hacen imposible escribir por las dos caras. Las propias palabras suenan diferentes cuando las leo en mi interior si están escritas con pilot. Son garabatos sin ton ni son, manchas verbales, caóticos balbuceos que no le interesan a nadie y menos que a nadie a mí mismo, que soy a quien escribo principalmente. No son textos literarios, sólo apuntes de cosas que oigo, eventos que no debo olvidar, rara vez alguna exteriorización inmadura de cosas que me pasan y que aún no han hecho la digestión suficiente para llegar a ser reveladoras de un momento determinado. Cuando murió mi tío, en unos meses hará un año, estrené un cuadernillo que hoy por hoy he perdido creo que definitivamente. En él escribí cosas que quise pensar cuando todos vivíamos los últimos días de su vida. Mi hermano tuvo el accidente, hubo noches de no dormir, imágenes imborrables, la agonía lenta, difícil, gota a gota, la bofetada del frío, el susto en el cuerpo por haber bordeado el precipicio más temerariamente que nunca. Cuando describía aquellos momentos era consciente del acto inútil de la escritura, al menos de la mía. Uno no duda de que otras personas, más dotadas, hayan logrado hermosas composiciones en momentos similares, pero en lo que a mí respecta aquellas fueron páginas estériles, demasiado conscientes de sí mismas, no sé de qué otra manera describirlas. ¡Y cuántos actos realizamos al cabo del tiempo que son conscientes de sí mismos, de cara un poco a la galería, aunque ésta se encuentre vacía o atenta a cosas más importantes!Los que pecamos por verlo todo encuadrado y con buena fotografía no podemos sustraernos a las imágenes que nosotros mismos creamos en la vida, nuestras poses, los cuadros que formamos con nuestro cuerpo, diálogos y actitudes. Yo siempre tengo un gendarme avizor que me alerta cuando estoy haciendo una escenita. O a lo mejor estoy viviendo el momento en primera persona, tan tranquilo, o intranquilo, y llega un momento en que me desdoblo y lo miro todo desde un plano picado, deshumanizante, estético, del que sigo siendo protagonista, actuante o víctima, y me veo a mí mismo besando la mano porcelanosa, exangüe, arañada de venas azules y abotargadas, o suplicante de un rayo en la punta de un rompeolas, en mitad de una tormenta nunca lo suficientemente repentina, y me pregunto cuál será la receta del equilibrio entre consciencia e inconsciencia en lo que hago, cuál el porcentaje de cada una. Al escribir a veces me pasa lo mismo, me noto en cursiva, falso, consciente, y se nota en el texto, porque salen unas frases achorizadas, sin espíritu, como sostenidas con muletas, tuberculosas, frases que no pueden leerse de corrido, que provocan una lectura de tartana, a saltos y trompicones. Soy de cocción lenta, la escritura nerviosa e inspirada por el rayo no va del todo conmigo. A veces surgen ideas, flashazos, como frutas pequeñísimas brotadas espontáneamente, pero toda vez que las he arrancado a lo vivo nada más aparecer y las he empezado a roer me he dado cuenta de que debería haberlas dejado más tiempo en la rama: por fuera tienen un aspecto sugerente de miniatura primorosa, pero por dentro están duras y agrias como la madre que las parió. Si valen la pena no se te olvidan. Tampoco están siempre presentes, como los corchos que le caen del sombrero al Monty Phyton del gag de la cerveza, pero de pronto, cuando estás escribiendo algo o respondiendo un mail, surge, como si le hubiera dado el sol, y entonces la aprovechas. Al terminar el proceso se hace un cálculo aproximado del tiempo que ha tardado el fruto en ser utilizado. Y el resultado me retrata como de cocción lenta. Ojalá supiera llenar de párrafos inspirados el bloc de notas, espacio mítico donde año tras año proyecto un nuevo modelo de diario literario e infaliblemente se me acaba convirtiendo en una agenda de desmemorias. Será que tengo divinizado el oficio de escritor. Que me los imagino tan pulcros como vehementes, seguros de la estructura de las frases que van pariendo ideas, sugerencias, ritmos y colores, escogiendo siempre las palabras precisas para entallar el texto a la realidad, como un sastre que no usa más alfileres que los que se puso en la boca. Pero esto venía por el bolígrafo que se ha quedado sin tinta y no acabo de decidirme a renovar. Tengo que hacerlo, quiero hacerlo, y sin embargo no lo hago, me conformo con un pilot que no me gusta, que me cabrea, que me hace acordarme de la madre que parió al pilot y de las veces que he pasado cerca de una tienda con bolígrafos y no he entrado por no buscar el bolígrafo exacto otra vez, por no encontrarme con que no lo tienen y dudar entre comprar otro "que se le parece" o conformarme con el pilot conocido, que no me conforma, que me disgusta mucho y me mancha la otra cara de las hojas, y me hace perder puntos en la estética general del cuadernillo, que es otra cosa que hago quizá también de cara a una cámara picada puesta muy por encima de mí y que registra incluso lo insospechable. Lo siento por mi amigo Fran, pero me está saliendo un texto de los que no le gustan, apelmazado, granítico, densísimo pero no en calado, no de rico humus sino de hojarasca. Apetecería armar algo con la infinidad de páginas endebles que llevo invertidas en un involuntario diario del proceso de escritura de "La grieta". No sé hasta qué punto involuntario, volvemos a lo de antes, pero sigamos. He releído algunos párrafos y cabe la posibilidad de encontrar algo, dos o tres ideas, alguna que otra expresiva frase hija del instante, con lo que se podría buscar un resultado lo suficientemente no vergonzante. Pero retocar el material desvirtúa al mismo, o mejor dicho, lo convierte en otra cosa, que puede ser maravillosa, como "El cuaderno gris" de Pla, cuando digo desvirtuar me refiero a desvirtuarlo en su condición de literatura instantánea, como los diarios audiovisuales de muchos artistas y cineastas que tienen el cielo abierto en estos momentos. Lo grande de Pla es conseguir que su prosa, escrupulosamente retocada a partir de una escritura original a menudo errabunda, a tientas, esquemática y fragmentada, posea la fluidez de lo reflexivo pero imitando el tono de lo espontáneo. No es que estemos a años luz del modelo, es que simplemente nunca lo estaremos. En Pla reconozco hasta algunos de mis defectos personales. Quiero decir que me gusta, además, porque me siento muy identificado con su forma de encajar la vida y muchas de sus opiniones, no tanto esas boutades a las que, con los años, se fue aficionando (él y otros, debe ser que con la edad uno tiene menos aguante o menos paciencia para pararse a catalogar las cosas con finura), cuando digo opiniones me refiero a las que sostenía sobre la moral de sus conciudadanos, la amistad, las contradicciones de la vida, la esencia de las cosas reales, la rocosidad oculta en toda apariencia etérea, la fe en la armadura del humor para sobrevivir y sobre todo para atacar. Y, más que envidiar, admiro su voluntariosa renuncia al picoteo de la vida moderna, esa nerviosidad que nos obliga a no parar de mover el culo, a probar nuevos asientos, nuevas experiencias, sin detenernos a analizar lo poquísimo que tienen de experiencias y, sobre todo, de nuevas. Esto empezó como una oda al bolígrafo, un funeral a un bravo soldado que me ha acompañado fielmente a lo largo de las últimas campañas. Sé que no te va a gustar, Fran, Paco, o "el Franz", como te llama Ezio, arrastrando la ele hasta más allá del paladar e imponiendo esa efe de final tedesca y rubicunda. Se ha ido a Barcelona a vivir. Tú en Berlín, otros también por ahí o en tránsito a más lejanos lugares. Sois ya unos cuantos los puntitos que pobláis el mapa mundi que la herramienta de cuantificación de visitas me permite contemplar, como a un general o al malo de una película que ambiciona poder absoluto. A veces surgen puntos nuevos, en países insospechados. Hay que tener siempre presente que la fiabilidad del aparato no es total: a San Sebastián (Donostia) la sitúa en las Islas Canarias, con lo cual tampoco me hago demasiadas ilusiones al respecto de los puntos más exóticos y sorprendentes. Mi favorito es alguien que flota en el golfo de Biafra, entre Ghana y Nigeria. Me lo imagino como a un Mr. Chance adentrándose a paso lento por las aguas. Me encantaría que éste no fuera un error.
jueves, 29 de abril de 2010
Babel (¿viene de babia?)
Impresionante espectáculo el que se ofreció ayer mismo en el Senado, un lugar al que deberíamos ir todos de vez en cuando a pasar un buen rato. Se debatía la propuesta presentada por 34 nacionalistas para incluir en el funcionamiento de la Cámara un sistema de traducción simultánea que permitiera a los senadores intervenir en cualquiera de las cinco lenguas co-oficiales que existen, siempre por el momento, en España: el castellano, el catalán, el valenciano, el gallego y el euskera. Los nacionalistas necesitaban el apoyo de los cien votos del PSOE para sacar adelante la propuesta de debate contra los 122 del PP y UPN. Por supuesto, el PSOE, personificado en la inefable vicesecretaria general, Leire Pajín, dio sus votos a favor y lo que hiciera falta.
- Vosotros los españolistas siempre hacéis esa puntualización, se ve que no se os ocurre otra.
- Pero es que es verdad.
- Precisamente. Mientras no se apruebe esta medida estaré obligada a expresarme en castellano para que los demás me entiendan.
- Que una vez aprobada ya no importa tanto si le entienden…
- Una vez aprobada el que quiera podrá, tendrá derecho y herramientas auxiliares para manifestarse en el idioma que prefiera.
- Pero yo siempre me he preguntado por qué viven ustedes tan mal eso de hablar en español, o castellano, si le parece una palabra menos brusca. Parece que cuando lo hacen estuvieran sufriendo, como si su orgullo de raza o su libre albedrío claudicara, cediera posiciones.
- Tampoco hay que exagerar. Pero sí que nos cuesta.
- Dar un beso a alguien más bajito también cuesta un agache.
- No es un sufrimiento pero sí una renuncia.
- Coño, pero es que si quiero ir al cine no puedo ir al monte. Todo es una renuncia. El problema es qué parte de mi esencia como persona considero que comprometo cuando renuncio a una cosa o a otra.
- Tú no tienes problema porque te sientes español.
- Que es como decirme que no me duelen las amígdalas porque me las quitaron cuando era niño. Pero no me vas a hacer creer que sería mejor que me dolieran. Debo entender que tú no tienes problemas porque te sientes várdula, ¿o tienes problemas precisamente porque eres várdula? Por cierto… ¿dónde has aprendido a sentirte várdula?
La várdula vasca me sonríe y retira sus puentes de diálogo porque “no me vas a convencer y no te voy a convencer”, la frase/truco de siempre para imponer un ficticio final en “tablas” donde no hay más que una victoria y una derrota. Imagino este tipo de diálogos porque los he tenido constantemente y los seguiré manteniendo años y años y años. Hace poco me decían que sería más feliz si no me enfrentara a tantas cosas. Creo que es una hipótesis más que plausible, exactísima. Ahora bien, si tengo que elegir entre ser infeliz o ser un idiota…
P.D.:
(Babia: apartada comarca de la provincia de León, en España (...) Durante la Edad Media, al parecer, abundaba la caza en ese lugar y los reyes de León lo eligieron como punto de reposo, particularmente para alejarse de los problemas de la corte, complicada con las intrigas palaciegas de los nobles (...) Estas ausencias del rey motivaban a menudo la inquietud de los súbditos a quienes, cuando preguntaban por él, se les respondía evasivamente que el rey estaba en Babia.)
miércoles, 28 de abril de 2010
Chaves Nogales
Libros del Asteroide, esa gran editorial de exquisita profesionalidad que tantas alegrías me ha deparado ya, continúa recuperando la obra y reivindicando la figura de Manuel Chaves Nogales, excelente periodista español (Sevilla, 1897- Londres, 1944), publicando ahora el que desde mi punto de vista es el mejor de los volúmenes hasta el momento reeditados (“El maestro Juan Martínez que estaba allí” y “Juan Belmonte, matador de toros”, a los que debe sumarse la colección de narraciones cortas “A sangre y fuego” puesta en circulación por Espasa en 2006): “La agonía de Francia” es un imprescindible y clarividente ensayo sobre la caída de Francia en manos del imperio nazi que atiende a las razones subterráneas, los conflictos ideológicos, las traiciones soterradas, más que a las contingencias acaecidas a nivel militar o político. Además de que me ha supuesto un reencuentro con la literatura histórica entendida en su mejor sentido que hacía tiempo no había catado, y de refrescar el recuerdo (y quizá aplacar las recriminaciones) de por qué estudié la carrera que estudié, el libro de Chaves Nogales me ha impactado de una manera radical por su contundencia, sus argumentaciones inapelables (si bien extendibles, y en ocasiones puntualizables), pero también por el aliento dolorido, exaltado, elegíaco, que rezuman sus páginas, escritas en un español equilibrado, jugoso, de una musicalidad rocosa, ametralladora, emocionante.