martes, 16 de diciembre de 2008

Doblajes


Ya sé que lo que hay que decir es que viva el cine en versión original subtitulada, ya sé que hay mltivos suficientes para defenderlo, pero la verdad es que el doblaje es un gran invento y en España se han hecho doblajes fantásticos, de un valor incalculable. Me ha apetecido (no sé muy bien por qué) mencionaros esto a raíz de un visionado de madrugada de "The Color Purple" (El color púrpura), que para los que no la tenéis vista o fresca en la memoria, estaba protagonizada por negros o, perdón, afroamericanos, de bastante baja condición social. El responsable del doblaje se encargó de añadir esta circunstancia (la modesta procedencia social y con ello el escaso nivel cultural o de alfabetización) empleando una versión española de la jerga americana de la comunidad negra, resultando una mezcla maravillosa de barriobajismo y poesía que paso a copiaros para que quede aquí, que es donde mejor aguantan estas cosas absurdas y maravillosas.


Dice el personaje de Celie (más tarde encarnado por Whoopie Goldberg) casi al principio de la película:


"Querido Dios. ¡He visto a mi hijita! ¡Sé que era ella! Era clavadita a mí y a padre. Más igual a nosotros que nosotros. Iba mi niña como enfurruñá. Tiene mis ojos, mis ojos d'ahora, unos ojos c'an visto lo c'an visto mis ojos".


Más adelante, Sofia (Oprah Winfrey), suelta este speech:

"Encerrá en esa cárcel, encerrá en esa cárcel a pocos y me acabo pudriendo. Yo sí sé lo que es, señora Celie, querer irse por ahí y no poder. Yo sí sé lo que es querer cantar y que te callen a palos. Quiero darle las gracias señora Celie, por tó lo que usté ha hecho por mi. Le recuerdo del día en que fui a la tienda con la señora Millie. Estaba hecha un trapo, lo que se dice muy mal. Y cuando la vi a usté, supe c'abía un Dios, sí, c'abía un Dios, y c'algún día volvería a mi casa".


viernes, 12 de diciembre de 2008

Seguridad Social


He recibido algunas instantáneas del rodaje de "El nunca lo haría", el cortometraje que hicimos hace unas semanas en San Sebastián. Fue mi reencuentro con varias de las personas que curraron en nuestro corto, entre otras estas dos que veis aquí, disfrazadas de enfermeras. No sólo estaban guapísimas sino que además L & L encarnaban a dos tipos de enfermera muy habituales en los servicios de salud españoles. L (a la izquierda) personifica a la enfermera zen, la que responde con sonrisas balsámicas a las furibundas reacciones de los familiares cuando el médico no acaba de llegar, cuando no les dan el alta o les sirven la comida equivocada. Sin embargo, L (a la derecha) es la enfermera de raza, la que mirabas desde tu cama hacer su trabajo y temías en cualquier momento un grito o una inconveniencia, y deseabas llevarte bien con ella, porque intuías que era un poco la dueña del hospital. ¡Qué dos enfermeras! ¡Cuándo me he visto yo en otra! Ahora, cuando vaya al 12 de octubre a mis cosas, me va a extrañar no ser recibido de esta manera. ¡¡Lo pasamos muy bien, nurses de mis entretelas, pero mejor lo hemos de pasar en cuanto saquéis plaza y os hagan fijas! ¡Cómo está la seguridad social!

miércoles, 10 de diciembre de 2008

El silencio


El otro día llegábamos a Madrid de madrugada, como quien dice, y un taxi muy esperado nos trajo a casa. El conductor era de los que apetecen hablar a todas horas y a toda costa. Nos pilló el acento vasco o lo que fuera y se puso directamente a hablar de los vascos más vascos de entre todos los vascos, de Ellos, claro. Incendiado por el último asesinato, pero sobre todo por lo que él llamaba "la cobardía de los que miran y no hacen nada", el taxista se preguntaba "¿cómo es posible que estén matando y que nadie salga a la calle a hacer algo?".

Hay veces en que uno coge un taxi y el taxi le lleva a dar una vuelta por las calles. Hay veces que son calles de fantasía, calles de Serrano o calles de Philadelphia, calles como de queso suave y blanco, lechoso e insípido. Pero hay veces que el taxi trepida por sobre adoquines y te vas despertando a saltitos bruscos y amantes, como un niño que llega tarde al que su madre despabila. Hay que montarse en estos taxis de certezas y verdades como puños, de puños como adoquines, que te echan el aliento de sus opiniones, fuertes y cerradas como olor a bodega, como el rastro suave del vino tinto en esos besos de madrugada que suele dar el que vuelve tarde al que se quedó dormido esperando. El taxista nos buscó las cosquillas que no teníamos, se mostró brutal y directo, demasiado, pero al taxista no le faltaba razón. Uno se sube al taxi si quiere y aguanta la borrasca como puede. Pero no pude dejar de pensar en lo que dijo, en las muchas veces que lo he pensado y en las pocas en que me he incluído a mí mismo dentro de ese "grupo de personas que ve lo que está ocurriendo y no hace nada".

Este verano leí un libro fascinante, aunque fuera tan breve y introductorio como una mera recopilación de reseñas a otros libros, titulado "Descifrando cenizas" de Beatriz Martínez de Murguía, un mini ensayo sobre la conducta de los pueblos que son testigo de genocidios, sobre la culpabilidad de los que no se involucran activamente ni en el exterminio de disidentes ni en su defensa, sobre ese tercer estamento de la neutralidad, de la tan cacareada imparcialidad. Los que ni siquiera mostraron gestos de compasión ante los antes amigos judíos que ahora, repentinamente, no podían andar por las aceras, tenían prohibida la entrada a los parques y los cafés que ayer mismo visitaban o se veían despojados de sus casas y pertenencias para acabar superpoblando un estercolero humano llamado gueto. ¿El silencio es cómplice? ¿La inactividad, el mirar hacia otro lado, el hacerse el no enterado, es otra forma de culpabilidad? Como en todo, hay grados. Se puede ser benevolente, como muchos de los judíos supervivientes, que atestiguaron en sus diarios la enorme significación en aquellos momentos de simples gesto de respeto y condolencia por parte de ciudadanos , el apretón fugaz de dos manos crispadas al abrigo de una esquina oscura, la caída de ojos de la vergüenza en un rostro atenazado por el miedo, el simple susurro de cuatro palabras afectadas aprovechando el cruce de una calle, gestos mínimos que no convierften a quienes los hicieron en héroes, pero al menos los salvan de la más directa condenación. Pero se puede ser estricto y considerar entonces que todos, yo y el taxista, quizá no estemos haciendo lo suficiente.

¿Qué? ¿Quién? Decían en "Shock Corridor", impresionante película de Sam Fuller: "Cuando Dios quiere destruir a alguien, primero lo vuelve loco". Entiéndase locura por cordura incorrecta.

(Foto sacada de diegothegenerprox.files.wordpress.com.)

martes, 9 de diciembre de 2008

Aguilas y galletas


En Aguilar de Campoo nos han tratado como a ganadores. Todos los cortometrajes participantes en el concurso nacional hemos recibido un premio, todos la misma cantidad, todos la misma distinción. Después hay un jurado que elige a los mejores por categorías y reparten águilas y galletas doradas ofreciendo a sus ganadores la oportunidad de ser distinguidos especialmente entre sus compañeros. Pero no existe esa competitividad que enerva un poco o mucho la estancia en un festival, que te obliga a calzarte botas de treking cuando lo que uno quisiera es pasear por los valles y el asfalto de un pueblo y su románica repostería. Todos los que trabajan para el festival, desde sus directores hasta los voluntarios, te recuerdan en todo momento que estás ahí por algo y ese algo no desaparece, no se adelgaza con la sospecha de estar rellenando un cupo de cara a la espectacularidad de una oferta (siempre es más llamativo el titular de periodico que dice "trescientos cortometrajes competirán en la XX edición de bla bla" que el que anuncia "veinticinco cortometrajes"). Estar entre los pocos elegidos de entre los muchos recibidos, es ya un premio, el más importante, lo cual convierte a la selección en el dato identificativo más definitivo, en el verdadero protagonista del festival. Y todo festival debería basar su prestigio en la selección, porque es ahí donde se retrata su criterio y su forma de entender el cortometraje, género multiforme y tan elástico que engloba propuestas no ya diferentes sino opuestas.


Para los que dan la cara día tras día y se preocupan por la estancia de nosotros, los invitados, no tengo más que palabras de agradecimiento. Tamara, Jorge, Carmen, Leticia, Jaime (Jimy), Marta y Marta, Iker, Agus, por citar sólo a algunos de los muchos que siempre andaban cerca, un abrazo muy fuerte y muchas gracias por todo. Ningún coche oficial fue nunca tan vibrante.


Se hará todo lo posible por volver. Y eso implica otro peldaño en la escalera que, directa e indirectamente, habeis ayudado a iluminar.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Tarzaneando en el Facebook


El facebook es un gran invento, sobre todo para el cotilla que todos llevamos dentro. Resulta que ahora podemos pasarnos horas navegando de facebook en facebook, empezando en el de un amigo cercano, o con quien mantienes cierto contacto, agarrándote a una liana y saltando de amigo en amigo, de vida en vida, viendo fotos, reconociendo en las caras de ahora las de antaño, las que poblaron tu infancia, demostrando a los dioses que hay quien ha hecho pactos con el demonio y hay quien, no, oiga, que los años han pasado y a veces como camiones por encima de uno.

Pero estos viajes tarzánicos son sobre todo implosiones de sentimentalismo. Uno se deja llevar por la corriente de los recuerdos, que no es más que un remolino peligroso que te lleva a tragar mucha agua y quizá a darte un coscorrón contra las piedras puntiagudas del fondo. No hay sino que calzarse esas sandalias de plástico (yo tuve unas blancas casi transparentes) que nos poníamos para ir a las rocas, a bañarnos mientras avanzábamos a pesados saltos de ingravidez lunar, esquivando anémonas y cangrejos, inmunes a los resbalones del musgo subacuático. Bien pertrechado con estas defensas pedestres, uno puede perfectamente viajar al pasado con la seguridad de que nada va a herirle las plantas de los pies. A lo sumo una esquina inadvertida, una pequeña lanza camuflada, que se cuela por los huecos de las tiras de plástico de las sandalias y dibuja un latigazo mínimo, rojo, automáticamente desinfectado por el salitre, que no llega a escocer hasta que uno se está secando con la toalla.

Acabo de volver de uno de estos chapuzones melancólicos. He visto a mi guardia pretoriana de la infancia, la población de nenúfares que custodia las versiones de mí mismo que fui y ya casi no recuerdo. Urge una puesta en común de estas imágenes, una exposición conjunta de retratos, por ver qué tipo de Frankenstein sale de resultas de la yuxtaposición de pinceladas. Por el momento he visto sus rostros, sus bodas, sus presentes, la vigencia de algunos de los lazos que antes los mantenía unidos, el ilusionismo de la permanencia de grupo, de generación. Tengo más en común con esta gente que conmigo mismo. Qué tendrá el pasado para pesar tanto, para ser siempre un tema tan aparentemente importante para uno pero tan trivial y poco original visto desde fuera. Cuántas páginas se han escrito tratando de reenfocar las imágenes borrosas de lo que forma parte de uno, cuántas de ellas (éstas, por ejemplo) han fracasado o ni siquiera han participado en la posibilidad de conseguirlo. ¿Por qué uno lanza estos boomerangs hacia el fondo del pozo esperando que regresen a las manos cubiertos de algas y substancias elocuentes y verdaderas?

Sólo sé por el momento que he disfrutado posándome en las ventanas abiertas de estos amigos, la mayoría desaparecidos de la primera línea del combate diario, que han tomado sus caminos y con los que muy posiblemente no podamos volver a coincidir, por esas imposibilidades tan posibles, por el simple hecho de vivir en el mismo país, que hoy por hoy es mayor razón que la de pertenecer a galaxias distintas. Que les vaya bien. Dejaré mi ventana abierta y hasta pondré unas pocas migas de pan, no sea que traigan hambre.


(imagen extraída de plandefuga.spaces.live.com/blog/)

martes, 2 de diciembre de 2008

Collage


Regreso de San Sebastián. Semana y media intensa, con rodaje incluido. "El nunca lo haría" va a ser un gran cortometraje, me siento orgulloso de haber participado. Visita a Bilbo y su Festival de Cortometrajes ZINEBI. Llevan 50 ediciones y todavía es el invitado el que debe buscar a los organizadores por las calles de una ciudad cada vez más blanda, a pesar de los cuchillos de viento que atraviesan las esquinas, como tranvías de hielo en busca de triángulos de piel abierta entre las dobleces de las bufandas mal enrolladas. Aprovecho la mañana del sábado para acercarme al Museo de Bellas Artes. Exponen los grandes óleos que Joaquín Sorolla pintó para decorar los salones de la Hispanic Society de Nueva York. Absolutamente impresionante (el que muestro arriba es el correspondiente a Guipúzcoa). Misa homenaje por el primer aniversario de la muerte de la amona, primer domingo de adviento, misas sin brillo ni liturgia, diapositivas retocadas con el publisher de windows, proyectando en un rectángulo blanco la letra de las canciones que nadie canta, sobre fondo de fotografías absurdas ("llega el Señor, el Señor llega", y una acumulación de personas esperando la llegada del metro, posiblemente en Madrid, a la Iglesia la han dinamitado los curas). Y varias chucherías más (paseos de melancólico, de buscador de rimas, de sediento de un calor breve y fugaz), sin olvidar la exigente dieta de empapuzamiento a la que he sido sometido una vez más. Ha habido una reactivación en los sistemas eléctricos de mi cuarto de luces, un fogonazo de cortocircuito mínimo, que quizá no sea más que el plus de actividad con el que mi cuerpo reacciona al frío. Atravesamos Somosierra escoltados por una máquina quitanieves carísima, como una gran personalidad de la política en visita oficial (el país, al anochecer, es un galgo blanco y horizontal que te lame los pies y parece haber perdido una batalla). Mis cuadernos están vacíos, equivoco los bolígrafos, olvido un paraguas en plena vestisca, pero hay un grado nuevo de fijación en las panorámicas, un detallismo en la puntería que, si bien momentánea, debil, sustituible en cualquier momento por el caos y la pereza, me hace pensar en un rosario de bolitas encandenadas con sensatez. La certeza es la enfermedad de los reyes, escuché ayer por casualidad.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Cuando no nos entendemos

Absolutamente increíble. En dos partes.



Solo quiero caminar


Agustín Díaz Yanes ha vuelto a los fueros de su primera película, "Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto", como el que regresa al pueblo natal después de haber fracasado en la gran ciudad. Se ve que la somanta de ostias recibidas primero por "Sin noticias de Dios" y después, no siempre con justicia, por "Alatriste" (película de dificil defensa ya que a los muchos momentos de gran cine le acompañaban decisiones de imposible argumetación) le han llevado a refugiarse en lo que sólo aparentemente parece una táctica conservadora de intentar la secuela de un gran éxito. Retoma no sólo al personaje protagonista de aquélla, Gloria Duque (Victoria Abril), en ésta un fleco secundario de la historia principal, sino sobre todo una forma de contar y de rodar que no se ve a menudo en el cine español.

La principal característica de la película es su frialdad, la construcción de un estilo narrativo que avanza hacia adelante, como dice el título, sin volverse atrás, apostando todo a la última carta, logrando una coherencia inédita en nuestras pantallas, además de una contundencia narrativa y moral sorprendente. La película no es perfecta. Huele a montaje desesperado en algunas ocasiones, a escenas enteras eliminadas para evitar sobrepasar largamente las dos horas de duración. Cierto que apuesta por una narrativa dificil, plagada de saltos en el tiempo y de elipsis maravillosas que desprecian el golpe de efecto facil y hacen avanzar la historia de una manera suspendida e ingrávida, centrándose en los personajes, en momentos que no cuentan tanto pero dicen muchísimo, mientras que las escenas informativas, necesarias en todo "thriller" criminal, se reducen a la mínima expresión, confiando (a veces demasiado) en la capacidad de averiguación a posteriori del espectador. Pero ésto que es lo mejor de la película, a veces se resiente y muestra unos desequilibrios que quizá estén solventados en el "director's cut" que estoy seguro de que existirá.

Pero sobre todo "Solo quiero caminar" es una historia contada por un director, que se vale de todos sus recursos para llegar al espectador. El principal, la cámara, después, los actores. Por fín vemos a una Ariadna Gil espléndida, en el papel de su carrera, una mujer destruida que no permite que el viento lleve sus cenizas, que sigue caminando aun teniendo la cara llena de sangre, que expresa una fortaleza impresionante, y que encuentra en Diego Luna (espléndido también) la pieza que le faltaba para sentirse un poco más completa. Los momentos en los que estos dos actores están juntos en escena son de una caligrafía electrizante, de lo mejor que se ha visto en los últimos años. Acompañándoles, la larga lista de rostros encabezada por José María Yazpik en el papel de malo guapo rico y bastardo, Pilar López de Ayala, aquí una joven aprendiz de mujer dura, Elena Anaya, con una belleza dolorosa, y Victoria Abril, la única un poco sobreactuada (y con un aspecto realmente demacrado), ofrecen momentos de espléndida interactuación. Y la banda sonora, un estimable esfuerzo por parte del director de emplear la cultura musical de España y México de forma entrelazada, contrapuntística, además de expresionista, muy a la manera de Scorsese.

Por momentos dura hasta rebasar lo tolerable (a veces con y otras sin sentido), pero sobre todo poética como las grandes historias de luchadores que arrastran la sombra del fracaso con dignidiad, sólo puedo recomendar el visionado de esta película irrgular pero imprescindible, guía para un cine español que deambula como vaca sin cencerro.

viernes, 24 de octubre de 2008

Susi

Acaban de comunicarnos que a Susi le han dado una Mención Especial en el Festival Internacional de Cortometrajes "La Boca del Lobo" de Madrid. Distinción que se suma ya al premio a la Mejor Actriz del Festival de Elche, el pasado verano. No es falsa la emoción que siento cada vez que Susi es destacada por su trabajo en el corto. Corro rápidamente a mirar las fotos del rodaje, que son como una cicatriz que me recuerda físicamente que estuve allí, que ocurrió. Veo el cartel que hemos hecho a partir de una de las imágenes del corto y me pongo a pensar en Susi.



Es una imagen poderosa, debido probablemente a que la mitad es blanca, inocua, lechosa y en apariencia insignificante, y la otra mitad una mancha oscura, cubierta por una Susi a tres cuartos que mira furibunda, asediada, hacia un punto lejano que queda fuera de cuadro. Sus ojos están muy cerca del límite del marco y eso provoca ansiedad, clausura, asfixia, como si esta mujer se encontrara atrapada, arrinconada en lo poco que queda aún de habitable en un hogar al que ha entrado la luz, el fogonazo de verdad que va anegándolo todo de insoportable blancura y nitidez, de certeza dolorosa, como una bomba atómica (desgarro de muebles y recuerdos) tras la cual no queda nada.

Sin pretenderlo por mi parte, ha resultado una imagen-resumen, patética y certera que se me desvela ahora como un hallazgo completamente ajeno. El tratamiento de la imagen por parte de Aitor ha añadido una textura terrosa y granular a la desnuda simpleza del encuadre. Susi, semioculta en la sombra del salón, parece una de esas figuras de impresionante realismo que hacen con arena húmeda, carnal y estatuaria, real pero al mismo tiempo como industrial, fabricada de un material duro, poroso, corrompible. Lo extraordinario del juego de luces y sombras es, sobre todo, esa especie de garra de luz debil que va ganando tibiamente a la negrura en el rostro de Susi, convirtiéndola en un ser capaz de expresar dos cosas, un rostro dividido en dos vertientes: la más cercana a la ventana mira con odio, con rencor, es una mirada que resume mil reproches, que preludia la conversación aclaratoria en la cocina (y que no es más que el resultado del proceso de asimilación que Julia va experimentando durante la ausencia de Eduardo, con esa pátina de ternura que impregnará la llamada al hijo, o el reconocimiento de su debilidad); una mirada furiosa que en Susi se alía con su forma de vocalizar las palabras, casi masticándolas, que es su manera de utilizar las entrañas en el diálogo. El otro ojo está mirando a la pantalla del televisor, a la película porno donde dos hombres que son y no son su marido lamen, muerden y se insertan una pasión envilecida por el exhibicionismo que hiere el corazón y las pupilas de Julia. Es un ojo que no reacciona (el que lo hace es el otro), simplemente mira, observa, resbala por la realidad rectangular de lo inconfesable y lo impensable sin traslucir nada de lo que ocurre en su interior.

Así, la doble mujer del cartel es una mujer que sufre, llora y odia y al mismo tiempo una mujer que quiere saber, conocer, mirar y ser herida. La mano que no sujeta el cigarrillo es una mano inquietante y magnífica que se suspende bajo el codo del otro brazo sin asirse a nada: no se aprecia en la fotografía, pero durante la escena, en el corto, Susi hace que esta mano tamborilee nerviosamente, extendiendo y contrayendo sus dedos un par de veces, como la sinécdoque de un tira y afloja, un torbellino de emociones contradictorias que se tensan y destensan, de recuerdos de una vida junto al hombre que ahora descubre que no conoce, de rechazos y punzadas, de argumentos y palabras que le brotan del estómago y mueren en la garganta antes de ser pronunciadas.

En las dos dimensiones estáticas del cartel, la mano se posa con una naturalidad que no es facil de lograr, un ejemplo del excelente lenguaje corporal de una actriz totalmente entregada a su personaje, en una escena sin diálogos que a punto estuvo de no rodarse, no tanto porque careciera de interés, sino porque yo mismo no la había entendido en toda su magnitud. Fue Susi, durante los ensayos, quien supo hacerme ver lo que esta escena debía y podía decir. Julia está mirando a su marido practicar un sexo imaginario con otros hombres. La pornografía, así, aquí, es la realización de una pesadilla, de una hipótesis, de algo que no sería capaz de ver en la realidad. Así, gracias a esta escena, el desenalce del corto se convierte en la superación de la pornografía como estadio intermedio, el paso de un nivel de inferioridad para con la capacidad de realización humana a otro de mayor libertad. Claro que muy pocos pueden soportar habitar a ese nivel, a esa altitud, donde la moral se resiente como la presión arterial en las cumbres del Machu Pichu o en las profundidades submarinas. Julia/Susi es una mujer abisal de dos caras y figura tallada con el dolor y el deseo.



Gracias, Susi, por todo.

jueves, 23 de octubre de 2008

Ravel

El viernes me voy a escuchar el concierto para piano y orquesta en sol mayor de Maurice Ravel. Una de mis piezas favoritas desde hace muchos años y que nunca hasta ahora he podido ver en directo. Recuerdo que entré en "Parsifal", la tienda de música clásica de referencia en San Sebastián y pregunté a Juan Cruz, su dueño y gurú de los aprendices de melomanía de esta ciudad, por cuál creía que era la pieza de música más hermosa que había escuchado nunca. Citó varias (recuerdo algunas de Bach, Shubert, ...), pero entre las primeras ésta. La verdad es que está entre lo más impresionante que he escuchado jamás.

Espero que os guste. Os dejo una versión espléndida del segundo movimiento, interpretada por el gran Leonard Bernstein.

Impagable.


Jonathan Yeo

Pintor de celebridades, retratista de la alta sociedad, Jonathan Yeo dió un giro a su estilo ultrarealista con un proyecto titulado "Blue Period" con el que experimentó un tipo de retrato hecho a base de recortes de fotografías de revistas pornográficas. El resultado es impresionante. Lo conocí esta última vez que estuve en Londres y ya me he agenciado el catálogo de su exposición en la galería Lazarius, un lugar especializado en artistas alternativos, la mayoría graffiteros como Banksy.

Los desnudos impersonales, sin nombre ni rostro, se convierten en mapas de experiencias sexuales, en radiografías de deseos, realizados o frustrados, huellas de contactos y anhelos. Hay una mujer atrapada entre pliegues de piel a la altura del ombligo. Hay una confusión de pieles, como la mercancía de un Buffalo Bill psicópata, como un Frankenstein de mil retazos, una multiplicidad de biografías, de arañazos, de orgasmos paralelos, agrupados, de instantes de placer y dolor, que espeluznan por su silencio de retrato tibio y dominical, de modelo que se desviste bajo la luz del estudio y muestra su compleja osamenta, su cuerpo de multipantallas, como un menú interactivo de cadenas de televisión, todas en movimiento al mismo tiempo. Disfrutad de los detalles. Imaginad el origen de cada segmento.


Para más información sobre el autor: www.jonathanyeo.com

miércoles, 22 de octubre de 2008

Qué no daría yo

Mi amigo Miguel, que no suele gustar de andar por estos pazos, se sorprende cuando le digo que me emociona de igual manera cierta pieza de Alex North que ambos amamos y por ejemplo, essta maravilla de la gran Rocío Jurado. Él dice que no es posible, que no encaja en mí, pero yo le digo que al contrario. Para los que hemos sido educados (por las instituciones, no por nuestros padres) en el más estricto anti-españolismo, tan furibundo como sobreentendido, (conmigo les salió el tiro por la culata), descubrir tardíamente ciertas joyas ignoradas ha supuesto una verdadera educación sentimental de incalculable valor. Luego están los gustos y las subjetividades, pero creo que la fuerza, la pasión, la pura expresividad hecha cante, la rotundidad melódica y sobre todo, la enorme capacidad para improvisar giros y acentos que aquí demuestra la Jurado, no son cuestionables. Lo que hay que hacer es quitarle a estas cosas el plus de caspa que algunos se empeñan en echarle encima.

Esta es la mejor versión que he encontrado de las muchas que realizó en vida. Se trata de una de las grabaciones del especial "Azabache" que se realizó con motivo de la Expo de Sevilla de 1992. Por lo que me han dicho, no he podido comprobarlo, es una canción escrita por José Luis Perales, a quien ya va siendo hora de que se le haga un buen homenaje, por las muchas canciones exquisitas que ha compuesto (para otros artistas) a lo largo de su carrera.

La letra, simple y llana, hermosa:
"Qué no daría yo por empezar de nuevo / a pasear la arena de una playa blanca / qué no daría por escuchar de nuevo / "esta niña que llega tarde a casa" / y escuchar ese grito de mi madre / pregonando mi nombre en la ventana / mientras yo deshojaba primaveras / por la calle mayor y por la plaza. /
Qué no daría yo por empezar de nuevo / para contar estrellas desde mi ventana / vestirme faralae y pasear la feria / hasta sentir el beso de la madrugada / volar hasta los brazos de mi padre / y recibir el brillo en su mirada / para luego alejarme lentamente / a un tablao a bailar por sevillanas./
Qué no daría yo / por escaparme / a un cine de verano donde alguien / me daba el primer beso de amor./
Qué no daría yo / por esa tarde / sentada junto a él en ese parque / mirando cómo se moría el sol/ y oyendo el suspiro del mar".



Aunque, claro, para emociones fuertes, este video grabado poco tiempo antes de la muerte de Rocío. La situación: el programa de Jesús Quintero (¿a qué sabe la carne humana?), Rocío, invitada para repasar su carrera y tentar la muerte desde el burladero, se enfrenta a una grabación hecha tiempo atrás en la que canta "Se nos rompió el amor". Dos Rocíos, enfrentadas en un mismo plano, una que canta y otra que se escucha cantar. Dice la que canta: "pero el invierno llega". Y la otra, la que escucha, la que sabe que puede morir, ratifica: "Llega". Vaya si llega. Espeluznante.



Va por Miguel, que no me cree, por Tilo y por Fernando, que siempre me ayudan a conocer lo que ignoro, por Antonio, que fue el primero en inocularme el virus del sur y por mis compañeros de aula que, como diría el maestro, "iban para rojos y les embarazó un ultra".

martes, 21 de octubre de 2008

Reinauguración

Por problemas técnicos que espero no se reitan, me he visto obligado a reiniciar este blog, con lo cual uno no acaba de arrancar del todo. Por incluir algunos de los elementos que estaban en el anterior, añado esta entrada con los dos links más vistosos que había incluído antes:

El primero es una escena de "La stanza del figlio" de Nani Moretti, cuando el padre, recién muerto el hijo, escucha una y otra vez cierto fragmento de las "Water dances" de Michael Nyman. Magnífico montaje (sobre todo la sucesión de los primeros planos: la madre, petrificada, que de pronto mira a su derecha; la hija, desde atrás, que ya mira a su derecha y vuelve la cabeza al frente; el padre dirigiendo el mando a distancia hacia derecha de cámara; el lector de CD, repitiendo hasta la saciedad los mismos segundos de la pieza). Es emocionante.




El segundo es una video-creación de Blu, un arista del graffiti argentino que me tiene loco. Absolutamente impresionante lo que hace.