jueves, 4 de diciembre de 2008

Tarzaneando en el Facebook


El facebook es un gran invento, sobre todo para el cotilla que todos llevamos dentro. Resulta que ahora podemos pasarnos horas navegando de facebook en facebook, empezando en el de un amigo cercano, o con quien mantienes cierto contacto, agarrándote a una liana y saltando de amigo en amigo, de vida en vida, viendo fotos, reconociendo en las caras de ahora las de antaño, las que poblaron tu infancia, demostrando a los dioses que hay quien ha hecho pactos con el demonio y hay quien, no, oiga, que los años han pasado y a veces como camiones por encima de uno.

Pero estos viajes tarzánicos son sobre todo implosiones de sentimentalismo. Uno se deja llevar por la corriente de los recuerdos, que no es más que un remolino peligroso que te lleva a tragar mucha agua y quizá a darte un coscorrón contra las piedras puntiagudas del fondo. No hay sino que calzarse esas sandalias de plástico (yo tuve unas blancas casi transparentes) que nos poníamos para ir a las rocas, a bañarnos mientras avanzábamos a pesados saltos de ingravidez lunar, esquivando anémonas y cangrejos, inmunes a los resbalones del musgo subacuático. Bien pertrechado con estas defensas pedestres, uno puede perfectamente viajar al pasado con la seguridad de que nada va a herirle las plantas de los pies. A lo sumo una esquina inadvertida, una pequeña lanza camuflada, que se cuela por los huecos de las tiras de plástico de las sandalias y dibuja un latigazo mínimo, rojo, automáticamente desinfectado por el salitre, que no llega a escocer hasta que uno se está secando con la toalla.

Acabo de volver de uno de estos chapuzones melancólicos. He visto a mi guardia pretoriana de la infancia, la población de nenúfares que custodia las versiones de mí mismo que fui y ya casi no recuerdo. Urge una puesta en común de estas imágenes, una exposición conjunta de retratos, por ver qué tipo de Frankenstein sale de resultas de la yuxtaposición de pinceladas. Por el momento he visto sus rostros, sus bodas, sus presentes, la vigencia de algunos de los lazos que antes los mantenía unidos, el ilusionismo de la permanencia de grupo, de generación. Tengo más en común con esta gente que conmigo mismo. Qué tendrá el pasado para pesar tanto, para ser siempre un tema tan aparentemente importante para uno pero tan trivial y poco original visto desde fuera. Cuántas páginas se han escrito tratando de reenfocar las imágenes borrosas de lo que forma parte de uno, cuántas de ellas (éstas, por ejemplo) han fracasado o ni siquiera han participado en la posibilidad de conseguirlo. ¿Por qué uno lanza estos boomerangs hacia el fondo del pozo esperando que regresen a las manos cubiertos de algas y substancias elocuentes y verdaderas?

Sólo sé por el momento que he disfrutado posándome en las ventanas abiertas de estos amigos, la mayoría desaparecidos de la primera línea del combate diario, que han tomado sus caminos y con los que muy posiblemente no podamos volver a coincidir, por esas imposibilidades tan posibles, por el simple hecho de vivir en el mismo país, que hoy por hoy es mayor razón que la de pertenecer a galaxias distintas. Que les vaya bien. Dejaré mi ventana abierta y hasta pondré unas pocas migas de pan, no sea que traigan hambre.


(imagen extraída de plandefuga.spaces.live.com/blog/)

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