martes, 16 de diciembre de 2008

Doblajes


Ya sé que lo que hay que decir es que viva el cine en versión original subtitulada, ya sé que hay mltivos suficientes para defenderlo, pero la verdad es que el doblaje es un gran invento y en España se han hecho doblajes fantásticos, de un valor incalculable. Me ha apetecido (no sé muy bien por qué) mencionaros esto a raíz de un visionado de madrugada de "The Color Purple" (El color púrpura), que para los que no la tenéis vista o fresca en la memoria, estaba protagonizada por negros o, perdón, afroamericanos, de bastante baja condición social. El responsable del doblaje se encargó de añadir esta circunstancia (la modesta procedencia social y con ello el escaso nivel cultural o de alfabetización) empleando una versión española de la jerga americana de la comunidad negra, resultando una mezcla maravillosa de barriobajismo y poesía que paso a copiaros para que quede aquí, que es donde mejor aguantan estas cosas absurdas y maravillosas.


Dice el personaje de Celie (más tarde encarnado por Whoopie Goldberg) casi al principio de la película:


"Querido Dios. ¡He visto a mi hijita! ¡Sé que era ella! Era clavadita a mí y a padre. Más igual a nosotros que nosotros. Iba mi niña como enfurruñá. Tiene mis ojos, mis ojos d'ahora, unos ojos c'an visto lo c'an visto mis ojos".


Más adelante, Sofia (Oprah Winfrey), suelta este speech:

"Encerrá en esa cárcel, encerrá en esa cárcel a pocos y me acabo pudriendo. Yo sí sé lo que es, señora Celie, querer irse por ahí y no poder. Yo sí sé lo que es querer cantar y que te callen a palos. Quiero darle las gracias señora Celie, por tó lo que usté ha hecho por mi. Le recuerdo del día en que fui a la tienda con la señora Millie. Estaba hecha un trapo, lo que se dice muy mal. Y cuando la vi a usté, supe c'abía un Dios, sí, c'abía un Dios, y c'algún día volvería a mi casa".


viernes, 12 de diciembre de 2008

Seguridad Social


He recibido algunas instantáneas del rodaje de "El nunca lo haría", el cortometraje que hicimos hace unas semanas en San Sebastián. Fue mi reencuentro con varias de las personas que curraron en nuestro corto, entre otras estas dos que veis aquí, disfrazadas de enfermeras. No sólo estaban guapísimas sino que además L & L encarnaban a dos tipos de enfermera muy habituales en los servicios de salud españoles. L (a la izquierda) personifica a la enfermera zen, la que responde con sonrisas balsámicas a las furibundas reacciones de los familiares cuando el médico no acaba de llegar, cuando no les dan el alta o les sirven la comida equivocada. Sin embargo, L (a la derecha) es la enfermera de raza, la que mirabas desde tu cama hacer su trabajo y temías en cualquier momento un grito o una inconveniencia, y deseabas llevarte bien con ella, porque intuías que era un poco la dueña del hospital. ¡Qué dos enfermeras! ¡Cuándo me he visto yo en otra! Ahora, cuando vaya al 12 de octubre a mis cosas, me va a extrañar no ser recibido de esta manera. ¡¡Lo pasamos muy bien, nurses de mis entretelas, pero mejor lo hemos de pasar en cuanto saquéis plaza y os hagan fijas! ¡Cómo está la seguridad social!

miércoles, 10 de diciembre de 2008

El silencio


El otro día llegábamos a Madrid de madrugada, como quien dice, y un taxi muy esperado nos trajo a casa. El conductor era de los que apetecen hablar a todas horas y a toda costa. Nos pilló el acento vasco o lo que fuera y se puso directamente a hablar de los vascos más vascos de entre todos los vascos, de Ellos, claro. Incendiado por el último asesinato, pero sobre todo por lo que él llamaba "la cobardía de los que miran y no hacen nada", el taxista se preguntaba "¿cómo es posible que estén matando y que nadie salga a la calle a hacer algo?".

Hay veces en que uno coge un taxi y el taxi le lleva a dar una vuelta por las calles. Hay veces que son calles de fantasía, calles de Serrano o calles de Philadelphia, calles como de queso suave y blanco, lechoso e insípido. Pero hay veces que el taxi trepida por sobre adoquines y te vas despertando a saltitos bruscos y amantes, como un niño que llega tarde al que su madre despabila. Hay que montarse en estos taxis de certezas y verdades como puños, de puños como adoquines, que te echan el aliento de sus opiniones, fuertes y cerradas como olor a bodega, como el rastro suave del vino tinto en esos besos de madrugada que suele dar el que vuelve tarde al que se quedó dormido esperando. El taxista nos buscó las cosquillas que no teníamos, se mostró brutal y directo, demasiado, pero al taxista no le faltaba razón. Uno se sube al taxi si quiere y aguanta la borrasca como puede. Pero no pude dejar de pensar en lo que dijo, en las muchas veces que lo he pensado y en las pocas en que me he incluído a mí mismo dentro de ese "grupo de personas que ve lo que está ocurriendo y no hace nada".

Este verano leí un libro fascinante, aunque fuera tan breve y introductorio como una mera recopilación de reseñas a otros libros, titulado "Descifrando cenizas" de Beatriz Martínez de Murguía, un mini ensayo sobre la conducta de los pueblos que son testigo de genocidios, sobre la culpabilidad de los que no se involucran activamente ni en el exterminio de disidentes ni en su defensa, sobre ese tercer estamento de la neutralidad, de la tan cacareada imparcialidad. Los que ni siquiera mostraron gestos de compasión ante los antes amigos judíos que ahora, repentinamente, no podían andar por las aceras, tenían prohibida la entrada a los parques y los cafés que ayer mismo visitaban o se veían despojados de sus casas y pertenencias para acabar superpoblando un estercolero humano llamado gueto. ¿El silencio es cómplice? ¿La inactividad, el mirar hacia otro lado, el hacerse el no enterado, es otra forma de culpabilidad? Como en todo, hay grados. Se puede ser benevolente, como muchos de los judíos supervivientes, que atestiguaron en sus diarios la enorme significación en aquellos momentos de simples gesto de respeto y condolencia por parte de ciudadanos , el apretón fugaz de dos manos crispadas al abrigo de una esquina oscura, la caída de ojos de la vergüenza en un rostro atenazado por el miedo, el simple susurro de cuatro palabras afectadas aprovechando el cruce de una calle, gestos mínimos que no convierften a quienes los hicieron en héroes, pero al menos los salvan de la más directa condenación. Pero se puede ser estricto y considerar entonces que todos, yo y el taxista, quizá no estemos haciendo lo suficiente.

¿Qué? ¿Quién? Decían en "Shock Corridor", impresionante película de Sam Fuller: "Cuando Dios quiere destruir a alguien, primero lo vuelve loco". Entiéndase locura por cordura incorrecta.

(Foto sacada de diegothegenerprox.files.wordpress.com.)

martes, 9 de diciembre de 2008

Aguilas y galletas


En Aguilar de Campoo nos han tratado como a ganadores. Todos los cortometrajes participantes en el concurso nacional hemos recibido un premio, todos la misma cantidad, todos la misma distinción. Después hay un jurado que elige a los mejores por categorías y reparten águilas y galletas doradas ofreciendo a sus ganadores la oportunidad de ser distinguidos especialmente entre sus compañeros. Pero no existe esa competitividad que enerva un poco o mucho la estancia en un festival, que te obliga a calzarte botas de treking cuando lo que uno quisiera es pasear por los valles y el asfalto de un pueblo y su románica repostería. Todos los que trabajan para el festival, desde sus directores hasta los voluntarios, te recuerdan en todo momento que estás ahí por algo y ese algo no desaparece, no se adelgaza con la sospecha de estar rellenando un cupo de cara a la espectacularidad de una oferta (siempre es más llamativo el titular de periodico que dice "trescientos cortometrajes competirán en la XX edición de bla bla" que el que anuncia "veinticinco cortometrajes"). Estar entre los pocos elegidos de entre los muchos recibidos, es ya un premio, el más importante, lo cual convierte a la selección en el dato identificativo más definitivo, en el verdadero protagonista del festival. Y todo festival debería basar su prestigio en la selección, porque es ahí donde se retrata su criterio y su forma de entender el cortometraje, género multiforme y tan elástico que engloba propuestas no ya diferentes sino opuestas.


Para los que dan la cara día tras día y se preocupan por la estancia de nosotros, los invitados, no tengo más que palabras de agradecimiento. Tamara, Jorge, Carmen, Leticia, Jaime (Jimy), Marta y Marta, Iker, Agus, por citar sólo a algunos de los muchos que siempre andaban cerca, un abrazo muy fuerte y muchas gracias por todo. Ningún coche oficial fue nunca tan vibrante.


Se hará todo lo posible por volver. Y eso implica otro peldaño en la escalera que, directa e indirectamente, habeis ayudado a iluminar.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Tarzaneando en el Facebook


El facebook es un gran invento, sobre todo para el cotilla que todos llevamos dentro. Resulta que ahora podemos pasarnos horas navegando de facebook en facebook, empezando en el de un amigo cercano, o con quien mantienes cierto contacto, agarrándote a una liana y saltando de amigo en amigo, de vida en vida, viendo fotos, reconociendo en las caras de ahora las de antaño, las que poblaron tu infancia, demostrando a los dioses que hay quien ha hecho pactos con el demonio y hay quien, no, oiga, que los años han pasado y a veces como camiones por encima de uno.

Pero estos viajes tarzánicos son sobre todo implosiones de sentimentalismo. Uno se deja llevar por la corriente de los recuerdos, que no es más que un remolino peligroso que te lleva a tragar mucha agua y quizá a darte un coscorrón contra las piedras puntiagudas del fondo. No hay sino que calzarse esas sandalias de plástico (yo tuve unas blancas casi transparentes) que nos poníamos para ir a las rocas, a bañarnos mientras avanzábamos a pesados saltos de ingravidez lunar, esquivando anémonas y cangrejos, inmunes a los resbalones del musgo subacuático. Bien pertrechado con estas defensas pedestres, uno puede perfectamente viajar al pasado con la seguridad de que nada va a herirle las plantas de los pies. A lo sumo una esquina inadvertida, una pequeña lanza camuflada, que se cuela por los huecos de las tiras de plástico de las sandalias y dibuja un latigazo mínimo, rojo, automáticamente desinfectado por el salitre, que no llega a escocer hasta que uno se está secando con la toalla.

Acabo de volver de uno de estos chapuzones melancólicos. He visto a mi guardia pretoriana de la infancia, la población de nenúfares que custodia las versiones de mí mismo que fui y ya casi no recuerdo. Urge una puesta en común de estas imágenes, una exposición conjunta de retratos, por ver qué tipo de Frankenstein sale de resultas de la yuxtaposición de pinceladas. Por el momento he visto sus rostros, sus bodas, sus presentes, la vigencia de algunos de los lazos que antes los mantenía unidos, el ilusionismo de la permanencia de grupo, de generación. Tengo más en común con esta gente que conmigo mismo. Qué tendrá el pasado para pesar tanto, para ser siempre un tema tan aparentemente importante para uno pero tan trivial y poco original visto desde fuera. Cuántas páginas se han escrito tratando de reenfocar las imágenes borrosas de lo que forma parte de uno, cuántas de ellas (éstas, por ejemplo) han fracasado o ni siquiera han participado en la posibilidad de conseguirlo. ¿Por qué uno lanza estos boomerangs hacia el fondo del pozo esperando que regresen a las manos cubiertos de algas y substancias elocuentes y verdaderas?

Sólo sé por el momento que he disfrutado posándome en las ventanas abiertas de estos amigos, la mayoría desaparecidos de la primera línea del combate diario, que han tomado sus caminos y con los que muy posiblemente no podamos volver a coincidir, por esas imposibilidades tan posibles, por el simple hecho de vivir en el mismo país, que hoy por hoy es mayor razón que la de pertenecer a galaxias distintas. Que les vaya bien. Dejaré mi ventana abierta y hasta pondré unas pocas migas de pan, no sea que traigan hambre.


(imagen extraída de plandefuga.spaces.live.com/blog/)

martes, 2 de diciembre de 2008

Collage


Regreso de San Sebastián. Semana y media intensa, con rodaje incluido. "El nunca lo haría" va a ser un gran cortometraje, me siento orgulloso de haber participado. Visita a Bilbo y su Festival de Cortometrajes ZINEBI. Llevan 50 ediciones y todavía es el invitado el que debe buscar a los organizadores por las calles de una ciudad cada vez más blanda, a pesar de los cuchillos de viento que atraviesan las esquinas, como tranvías de hielo en busca de triángulos de piel abierta entre las dobleces de las bufandas mal enrolladas. Aprovecho la mañana del sábado para acercarme al Museo de Bellas Artes. Exponen los grandes óleos que Joaquín Sorolla pintó para decorar los salones de la Hispanic Society de Nueva York. Absolutamente impresionante (el que muestro arriba es el correspondiente a Guipúzcoa). Misa homenaje por el primer aniversario de la muerte de la amona, primer domingo de adviento, misas sin brillo ni liturgia, diapositivas retocadas con el publisher de windows, proyectando en un rectángulo blanco la letra de las canciones que nadie canta, sobre fondo de fotografías absurdas ("llega el Señor, el Señor llega", y una acumulación de personas esperando la llegada del metro, posiblemente en Madrid, a la Iglesia la han dinamitado los curas). Y varias chucherías más (paseos de melancólico, de buscador de rimas, de sediento de un calor breve y fugaz), sin olvidar la exigente dieta de empapuzamiento a la que he sido sometido una vez más. Ha habido una reactivación en los sistemas eléctricos de mi cuarto de luces, un fogonazo de cortocircuito mínimo, que quizá no sea más que el plus de actividad con el que mi cuerpo reacciona al frío. Atravesamos Somosierra escoltados por una máquina quitanieves carísima, como una gran personalidad de la política en visita oficial (el país, al anochecer, es un galgo blanco y horizontal que te lame los pies y parece haber perdido una batalla). Mis cuadernos están vacíos, equivoco los bolígrafos, olvido un paraguas en plena vestisca, pero hay un grado nuevo de fijación en las panorámicas, un detallismo en la puntería que, si bien momentánea, debil, sustituible en cualquier momento por el caos y la pereza, me hace pensar en un rosario de bolitas encandenadas con sensatez. La certeza es la enfermedad de los reyes, escuché ayer por casualidad.