miércoles, 28 de abril de 2010

Chaves Nogales

Libros del Asteroide, esa gran editorial de exquisita profesionalidad que tantas alegrías me ha deparado ya, continúa recuperando la obra y reivindicando la figura de Manuel Chaves Nogales, excelente periodista español (Sevilla, 1897- Londres, 1944), publicando ahora el que desde mi punto de vista es el mejor de los volúmenes hasta el momento reeditados (“El maestro Juan Martínez que estaba allí” y “Juan Belmonte, matador de toros”, a los que debe sumarse la colección de narraciones cortas “A sangre y fuego” puesta en circulación por Espasa en 2006): “La agonía de Francia” es un imprescindible y clarividente ensayo sobre la caída de Francia en manos del imperio nazi que atiende a las razones subterráneas, los conflictos ideológicos, las traiciones soterradas, más que a las contingencias acaecidas a nivel militar o político. Además de que me ha supuesto un reencuentro con la literatura histórica entendida en su mejor sentido que hacía tiempo no había catado, y de refrescar el recuerdo (y quizá aplacar las recriminaciones) de por qué estudié la carrera que estudié, el libro de Chaves Nogales me ha impactado de una manera radical por su contundencia, sus argumentaciones inapelables (si bien extendibles, y en ocasiones puntualizables), pero también por el aliento dolorido, exaltado, elegíaco, que rezuman sus páginas, escritas en un español equilibrado, jugoso, de una musicalidad rocosa, ametralladora, emocionante.

Uno tiene la sensación de que Chaves Nogales lo escribió en un estado de furia e incontinencia febril. Posee una urgencia que no riñe con la contundencia de las razones, su prosa es ígnea, electrizante. Chaves Nogales escribe para la posteridad, con la intención de que lo que acaba de ocurrir ante sus ojos no se pierda en el olvido de los años venideros. Es una crónica de guerra escrita en el inmediato exilio, casi en directo, como buen periodista, imbuido en su tiempo, si bien desde la posición privilegiada que debe a sus conocimientos y sobre todo a su insobornable posicionamiento ideológico, furibundamente liberal, contrario por naturaleza a toda forma de opresión antidemocrática, lo que le hace esquivar la tendenciosidad partidista que neutraliza a muchos de sus contemporáneos. Chaves Nogales no escribe desde el despacho o el círculo intelectual, la camarilla, parapetado tras las armaduras de la voz generacional o las instituciones públicas. Es una voz individual y por ello de una soledad lunar. Exiliado de su país cuando el gobierno de la República abandona definitivamente Madrid, que no antes, acude a Francia en busca de la libertad imprescindible para continuar ejerciendo su labor periodística y contribuyendo en la medida de sus posibilidades a la guerra contra el totalitarismo en sus dos formas, la fascista de Hitler y Mussolini y la comunista de Stalin. La experiencia española le permite leer con inusitada clarividencia la novela de desolación y miseria que se desarrolla ante sus ojos, identificando con exactitud los diversos tumores que socavan el espíritu francés esencialmente democrático. Chaves Nogales eleva un grito de protesta cuando Francia todavía humea en ruinas. Solitaria voz que nos hizo una foto en el 36 y nos hemos ido pareciendo a ella, como al retrato aquél de Picasso. La lectura, hoy, de “La agonía de Francia” no podría ser más necesaria. Además de presentar con modélica sencillez y sorprendente lucidez los complejos procesos de destrucción nacional que llevó al país vecino a claudicar ante el embate del totalitarismo, Chaves Nogales nos proporciona el retrato íntimo y profético de unos mecanismos ideológicos de indiscutible actualidad, las claves de muchas de las opiniones o tendencias de nuestra sociedad. Saltan a la vista, en los discursos y las argumentaciones esgrimidas por los traidores, las raíces de la variada floresta que nos invade hoy mismo. Hablo de fenómenos que no ocupan las páginas de los periódicos, que sólo serán revelados, analizados, denunciados, en textos actuales que posean la inmediatez, la hondura, el nervio humano, la justificación y la pertinencia de "La agonía de Francia".

He seleccionado algunos pasajes, espero que sin perjuicio de los sacrosantos derechos de autor, ya que sólo me mueve el deseo de publicitar las grandezas de este magnífico, aterrador librito que recomiendo a todo, todo el mundo. (He editado algunas frases, uniendo en párrafos fragmentos a veces pertenecientes a capítulos diferentes, siguiendo un criterio argumentativo).

“La revelación más sorprendente y espantable del derrumbamiento de Francia ha sido ésta de la indiferencia inhumana de las masas. Las ciudades no han tenido en ninguna otra época de la historia una expresión tan ferozmente egoísta, tan limitada a la satisfacción inmediata y estricta de los apetitos y las necesidades de cada cual. Seguíamos manteniendo la ilusión de que la gran ciudad engendra el mito de la ciudadanía. Hemos visto ahora que la gran ciudad moderna, con toda su vibración y su formidable progreso material, es un ser inanimado, una fuerza y una resistencia gigantesca si se quiere pero que sólo actúan en el dominio estricto de su propia función, que permanecen inoperantes cuando se quiere esgrimirlas con una finalidad espiritual superior. (…) El Estado puede hundirse y desaparecer para siempre y el pueblo puede caer en la esclavitud sin que el autobús haya dejado de pasar por la esquina a la hora exacta (…). En la ciudad antigua, cuando la lucha era a la medida del ciudadano, éste abandonaba fácilmente sus quehaceres pacíficos en el momento del peligro y se convertía en el soldado de su independencia. Esto fue posible en Numancia. No ha sido posible en París ni lo sería en Nueva York. (…) La masa popular francesa de los últimos tiempos estaba formada únicamente por la suma de todos estos egoísmos individuales llevadas al paroxismo, al absurdo de que fuese más fácil y menos peligroso suprimirle al pueblo sus libertades seculares o su dignidad ciudadana que suprimirle una línea de autobús. (…) las masas modernas lo soportan todo menos la incomodidad material, física. La independencia de la patria, los derechos del hombre, los destinos de la civilización, son hoy para la gran masa ciudadana puras abstracciones que no tienen ningún sentido (…)”.

“A Francia habían acudido en los últimos tiempos grandes masas de hombres que buscaban en ella amparo frente a la nueva barbarie que se desencadenaba en Europa a cambio de ofrendarle sus vidas, su trabajo y sus hijos. (…) Cerca de un millón de italianos, medio millón de españoles, cientos de miles de checos, austríacos, polacos, rumanos, rusos, alemanes y judíos de todas las nacionalidades servían sumisos y humildes a la grandeza de Francia, sólo por devoción al mito de la democracia. La monstruosa elaboración de los Estados totalitarios y su expansión triunfal llevaba a Francia a unas masas de humanidad que representaba una selección espiritual, una élite de todos los pueblos de Europa (…), eran los mejores, los más fuertes, los más dignos, los que habían sabido resistir, los que no se habían doblegado ante la barbarie triunfante (…). Francia se había suicidado, pero al suicidarse había cometido además un crimen inexpiable con esas masas humanas que habían acudido a ella porque en ella habían depositado su fe y su esperanza.”

“Las democracias, privadas de la asistencia de las masas, en cuyo nombre actúan y gobiernan, están perdidas. El totalitarismo, la nueva barbarie, lo único que ha conseguido ha sido sustraer a la democracia las masas populares que eran su razón de ser. (…) Francia ha ido sucumbiendo a medida que le extirpaban en el pueblo las virtudes de la democracia. Querían acabar con la democracia y han acabado con Francia. (…) En el fondo (…) no hay más que una verdad. Hasta ahora no se ha descubierto una fórmula de convivencia humana superior al diálogo, ni se ha encontrado un sistema de gobierno más perfecto que el de la asamblea deliberante, ni hay otro régimen de selección mejor que el de la libre concurrencia. Es decir, el liberalismo, la democracia. En el mundo no hay más. Al menos, por ahora. Francia estaba condenada a perecer desde que, sugestionada por la fuerza terrible del adversario, comenzó a renegar de esta verdad que había sido la razón de su grandeza”.

“Francia no comprendió que, para seguir viviendo con dignidad como nación independiente, los franceses tenían que morir por España, por Checoslovaquia y por Danzig (…). Entonces se acusaba de belicistas a los hombres que intentaban provocar una reacción decorosa de Francia ante la vasta maniobra envolvente que metódicamente desarrollaba el hitlerismo con la colaboración de Italia y con la complicidad de los mismos reaccionarios franceses (…). Jamás un pueblo ha querido engañarse a sí mismo con tanta firme voluntad. No era sólo que sus dirigentes practicasen la política clásica de la avestruz. Era que el pueblo mismo la exigía y la aplaudía.”

“Todos los idiotas del mundo –incluso los idiotas demócratas- se han puesto de acuerdo en proclamar que la democracia y el liberalismo, con su corrupción, su incapacidad, su falta de energía y resolución, han sido la causa fundamental de la decadencia de Francia y de su derrumbamiento final. Esta unanimidad en el juicio de los tontos es uno de los mayores prodigios realizados por los fabulosos medios de captación de que dispone en nuestro tiempo la propaganda manejada sin escrúpulo por los Estados”.

“Desde el soldado que estaba en la trinchera hasta el ministro y el general y el banquero y el gran industrial, todos se esforzaban por instalarse lo más cómodamente posible en la guerra como si no se tratase de ganarla afrontando valientemente los sufrimientos que impusiera, sino de hacerla soportable, de aguantarla indefinidamente con la menor molestia posible. (…) El ciudadano francés, perdida su fe en la ciudadanía liberal, había sido arrastrado por la barbarie, esta barbarie moderna que sacrifica la dignidad humana a la satisfacción de los instintos dentro del cuadro estricto de una reglamentación de policía urbana inflexible”.

“ ‘Drôle de guerre!’. Al que lanzó esta exclamación había que haberle ahorcado. En ella iba, hábilmente disimulado, todo el derrotismo de Francia. ‘Drôle de guerre!’. Es decir, guerra extraña, absurda, rara, inexplicable (…), disparatada, grotesca, insensata, ilógica, guerra sin justificación que no se debía haber hecho, guerra estúpida y estéril. (…) la guerra era drôle para quienes no creían en ella ni estaban dispuestos a hacerla, para los que la contemplaban alzándose despectivamente de hombros, para quienes desde el primer momento la consideraron como un espectáculo curioso y pintoresco. No era drôle la guerra para los millones de hombres arrancados de sus hogares y sus trabajos por la movilización, para los cientos de familias del norte y el este que habían tenido que abandonar sus casas y sus tierras y vivían refugiados en los departamentos del sur y el oeste donde eran tratados por los indígenas que se veían obligados a darles alojamiento como si se tratase de extranjeros indeseables. No era drôle la guerra para los obreros a quienes se había impuesto jornadas de trabajo de diez y doce horas (…). (…) la fe en la guerra había sido quebrantada por esta pequeña e insignificante frasecilla más eficaz para la propaganda derrotista que todas las consignas difundidas por los servicios del doctor Goebbels”.

“ (…) no parecía sino que ingleses y alemanes se peleaban por algo que a los franceses les tenía completamente sin cuidado (…). Y, como ocurría en el frente, las poblaciones civiles tomaban ojeriza a los ingleses, en quienes veían a los culpables de las bombas que les caían encima. Los alemanes, que conocían o adivinaban esta reacción, se encarnizaban con los puntos de concentración de las fuerzas británicas y por la radio denunciaban al pueblo de Francia la responsabilidad de su gobierno al mantener contingentes británicos en el centro de las ciudades populosas. (…) Era la guerra, toda la guerra, lo que irritaba a estas poblaciones francesas, pacifistas hasta el absurdo, pacifistas hasta el suicidio (…)”.

“- Nos hablan de derrota y victoria –me decía un comunista a mediados de septiembre-. ¿Pero es que nosotros no estamos ya derrotados? ¿Qué más nos da que nuestro comandante hable en francés o en alemán si ha de decir lo mismo?”

“Tenemos el prejuicio de que las grandes catástrofes de los pueblos sólo son posibles en medio de un apocalíptico desorden (…), no acertamos a ver que en nuestro tiempo, dentro de la cuadrícula estrecha de nuestra organización social y urbana, las cosas suceden de una manera mucho más sencilla, con una simplicidad y una facilidad aterradoras”.

http://www.librosdelasteroide.com/

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