jueves, 1 de abril de 2010

Città


Cuando se va de viaje es importante no perder el vuelo de regreso. Y sin embargo yo lo he hecho. Sé que esta es mi habitación, que la luz que proyecta el cemento encalado del edificio de enfrente es la de los Ríos Rosas, y el café que me desayuna un sucedáneo corrosivo que ha usurpado ese noble nombre, pero sé que no he regresado, que sigo allí, con las manos en los bolsillos, silbando melodías entrelazadas, en un deambular reticulado por los caprichos del sol en su pulso con el trazado de las calles, girando eternamente una esquina y encontrando, inesperadamente, la piazza della Pace, flanqueada por casas de mermelada, farolillos y parras caprichosas, mesas populosas de turistas, aunque a esta hora tranquila la ciudad ofrece otros atractivos (Navona bulle de grupos organizados, músicos ambulantes y carabinieri desocupados) y la calle está cubierta de murmullos, se vive la paz de los geranios, el aire que deben de respirar las más altas volutas, y me adentro por Parione o por Sant'Eustachio, zigzagueo por la via dei Tre Archi, donde de ventana a ventana hay una cuerda con ropa puesta a secar y las moscas son tan indecisas como yo, contemplo mi sombra alargada pregonando mi asombro y sé que sigo allí, sentado en el suelo del Panteón, sólo a unos segundos de que la señorita de turno me obligue a levantarme, "perche questo è una chiesa", tratando de abrazar con iba a decir los ojos o el alma, seguramente con algo intermedio y tentáculo, la esfera del tiempo, esa poesía lívida con casetones donde tanta gente ha colgado el aliento, mientras un doble perfecto pero anestesiado ha vuelto a Madrid a hacer lo que yo solía hacer, a responder las llamadas y enviar los emails, yo, el de verdad, sigue trasteando en el Trastevere, acelerando por el circuito peraltado del ábside de San Clemente, tomando una copa (en vaso de plástico de tamaño preescolar) en la via San Giovanni in Laterano, sobre una perspectiva del Coliseo recortado por la Historia y la esquina de ese edificio anaranjado, absorto en el azul de los techos de Santa Maria dei Perpetuo Succursu, penetrando una y mil veces por el patio de la trattoria "Otello alla Concordia", mareado por el vino toscano que me hace levitar hasta cúpulas, nubes de cielo griego y pinos esbeltos de copa chata, trepar como las ardillas del Pincio a los más escondidos detalles del Arco de Septimio Severo, y tengo que cerrar los ojos para imaginarme en casa, escribiendo la crónica del náufrago recuperado, tengo que cerrar bien los oídos para no distraerme con el canto de los grajos que sobrevuelan el templo de Saturno o acariciar el lomo del gato que vio la muerte de Julio Cesar y la relata por unos pocos euros en maullidos vociferantes, como los que emiten los camareros del "Ivo" o los dragones decapitados del puente roto, frente a la Isola Tiberina, cuando el sol daba brochazos ambarinos y en una sola jornada habíamos recorrido más Roma que la que nadie puede llegar a absorber. Me resisto a creer que no estoy esperando a Cosimo en la piazza de Santa Maria in Trastevere, es imposible que no sea yo ése que recorre la via del Foro Piscario, entre el teatro de Marcelo y la judería, tropezando en siglos petrificados, persiguiendo la altivez de las narices y el anhelo de mis manos enterrándose en cabellos oscuros, cualquiera me podría estar viendo ahora en la Tazza d'Oro pidiendo un macchiato o camuflado por el friso de graffitis de San Lorenzo, en las calles apenas iluminadas trepando hasta las ventanas con interiores de altos techos y posters vintage, y las avenidas y las termas de Diocleciano, los semáforos en ámbar, los suelos de mármol y el dolcificante ipocalorico, el saltimbocca y el primer cigarrillo de cada mañana, sentado en plena via Quattro Fontane, apuntando lo que hicimos y lo que haremos, via Veneto, más hermosa en Cinecittá, la Enoteca Anticha de via delle Croce, Nelly y sus regalos, la Grutta Amatriciana y su antipasto rústico, las vestales desmembradas y los mercados de Trajano, la voz irónica de Vespasiano, la dulce mirada de la timidez en rostros que se acumulan y la luz bautismal de Hopper (Museo Fondazione), y Bernini y Borromini y Miguel Ángel, que algo me dijeron pero no les presté atención, y me llaman y contesto, luego estoy aquí, es verdad, he vuelto, se acabó Roma, por ahora, tiré una moneda de espaldas a Trevi y le dio en la teta izquierda a la Ekberg, scusi carina, soñé que me escapaba por el ojo del Panteón y que volaba por el Testaccio a mi casa en el viaccollo di Mattonato, a cocer pasta y verduras, a seguir los resultados de las elecciones regionales, a leer en el periódico que Ricky Martin ha salido del armario, a darme una ducha rápida antes de quedar para un cine o un café, a recordar mi vida antigua en Madrid, cuando aún no había probado el sabor de la afasia en el idioma más bello del mundo.


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