miércoles, 23 de diciembre de 2009

Buenas noches


La casa vacía, con ausencia de Lara, mi maleta aparcada junto a la puerta, esperando a que dé una hora, con la calle como en retirada, las casas humeantes de abrigo, los tejados con gatos que han salido a fumar calefacciones, y este silencio de noche buena, sólo un par de coches arrastrando una escoba por la cercana Gran Vía, y no hay más. Días de un vértigo seco, de recuerdos como dardos, de un fragor quieto y casi mudo, subterráneo, un socavar de cimientos adolescentes. Cuando regrese, el cuaderno habrá estrenado un nuevo folio. Como un garabato, como una frase dudosa, ensayaré mi discurso de año nuevo, flotando en el vacío de la página, estrenando surcos como un exiliado en la nieve. A la tela de araña donde morimos asfixiados le ha seguido un desierto de plumas venteadas, como tras una guerra de almohadas. El desierto, las estepas, algún que otro oasis, serán párrafos de la novela, poemas sueltos, requiebros de mi lengua afelpada. E iremos escribiendo el sinsentido, lavando las demoras, alimentando a la pequeña bestia de garras ya plastificadas con su poquito de hiel y su angostura, para seguir matándola dulce, llana, amorosa, cruelmente. Qué crueldad la del invierno que borra mis cuadernos, fregando el suelo de la memoria con la lejía corrosiva de instantáneas felices y ajenas, esas ventanas a las que me sigo asomando para verte jugar en el patio de tu nueva madurez. Hasta aquí me llegan ahora los gritos de los niños en el recreo, carcajadas de acordeón que arrullan el rasgar de mi pluma sobre la terca mejilla de la hoja en blanco. Qué blanca la hoja de mañana, del día de mi vuelta, cuando vuelva a esta casa que hoy dejo vacía y la encuentre llena de este mismo vacío. Deseando la estampa de mi grafía, el vertido de mi nueva vida, pidiéndome a gritos bostezos risueños, algarabías, nóminas y cursivas. Hasta el día de mi regreso, Madrid, año cero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario