lunes, 16 de noviembre de 2009

Espejo frente a espejo


Estoy feliz porque finalmente he dado con una buena antología de poemas de Miguel Hernández. Están todos los que conocía y muchísimos más que nunca había leído. Me esperan buenos ratos ojeando sus hojas. ¿Me esperan buenos ratos? Hay una corriente a la que me acerco descalzo, con los calcetines amordazando las zapatillas, tanteo la temperatura del agua, terríblemente fría o caliente, siempre terrible, de flujo, de osadía, de muchedumbre. Tengo trabajo pendiente. Me toca a mí, tengo que hablar en público, decirme de nuevo totalmente, vestirme de apellidos y manías, probarme el sabor de mi boca, ensayar caricias convincentes, aprender a contenerme en mis dedos, olvidar los espejos (¿qué refleja un espejo frente a otro espejo?), vaciarme de quimeras, atarme los cordones, flexionar las rodillas, levantar el culo, reaccionar al disparo, correr como alma que busca al diablo. Tengo que desnudarme de mí, abrirme la bragueta que empieza en la frente, colgar de una vez por todas el traje de buceo, ser esqueleto, contarme las costillas, ver que están todas o quitarme alguna para ser más flexible, encajar la mano en el hueco de los pálpitos, creer en ellos, en la sombra que han dejado sus ecos, como un reguero de azúcar y tabaco, recoger una muestra con un dedo, medir el punto de sal, bicarbonatar el vacío del estómago, como quien encala un trastero, rascarme la espina dorsal, recorrerla con mano ajena, vértebra a vértebra, y contar hasta diez sin respirar sin pulmones. Tengo que escuchar muchos discos, buscar muchas palabras, dudar muchas veces, tengo que caerme, sangrar, conocer muchos hospitales, llorar con esa sonrisa que se me ha quedado, echar las lágrimas a un cubo, fregar las baldosas con ese salitre ridículo y tartamudo, tengo que seguir el concierto, hacerme el sueco tantas más veces, mirar con ingenuidad a un gorrión, pedir pollo de segundo en muchos más restaurantes, cronometrar los sueños de otros, etiquetar besos, peinar de lado pelos lacios, coleccionar tacitas de plata, coger aviones, soñar con colchones en tantos colchones, tengo tantas cartas por escribir, tantos poemas que conocer, qué bien que por fín, qué bien que Miguel, te abro en mitad de cualquier sitio, y te encuentro un rayo constante, un carnívoro cuchillo, una barranquica, elegías, retamas, asteriscos, costuras, retazos, azotes, tesoros, rosales... cadenas de poemas, versos espirales, tornillos en la boca, besos como virutas de hierro, labios como almohadas, siento sueño, es la espalda y esta silla recta, carcelaria, boca que arrastra mi boca, boca que me has arrastrado, boca que vienes de lejos a iluminarme de rayos, alba que das a mis noches un resplandor rojo y blanco, boca poblada de bocas, pájaro lleno de pájaros. Las ocho son un buen propósito de enmienda. Mañana a las ocho será de día, se habrá levantado el sol (que como el sol sea mi verso, más grande y dulce cuanto más viejo), el sol te habrá levantado, te vestirás despacio, porque tienes prisa, prisa por irte al río, a ver fluir la mañana y la vida y las guerras y los afanes, descalzo, con las zapatillas engarfiadas en dos dedos, a probar la gelocalidez de sus aguas, ocho de mañana, mañana en ocho, capital del dolor, inmensa página en blanco, qué palabra, cuál será la primera.

1 comentario:

  1. Cada vez que entro a tu blog y veo que hay una nueva entrada, una que todavía no he leído, me pasa como cuando me acerco a mi biblioteca y tomo un libro muy querido en el que sé, antes de abrirlo una vez más, que ahí dentro hay algo verdaderamente bueno.

    Un beso muy grande querido Gorka.

    Beatriz

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