lunes, 23 de noviembre de 2009

Rayado


Mi cuerpo está cansado, llevamos cuatro días de rodaje, frío, madrugones y noches de mal dormir, ahora continúo con otra movida nueva y tengo pendientes otros dos frentes inmediatos (tres con aquella otra, cuatro con la que tú sabes), pero mis dedos van al teclado como las moscas a la miel, a engolfarse picoteando, a saber qué estarán buscando, una combinación que neutralice una explosión de energía, o he visto demasiada televisión. Curioso. Lo tengo aquí delante, es un aparato como un ojo cuadrado (los antiguos modelos mejoraban la metáfora con sus dos únicas pestañas divergentes y erizadas), lleva el cable enrollado sobre la cabeza, como un tocado africano de poca altura y una boca breve, como rencorosa, que siempre dice SHARP. Hace como un mes que la única televisión que he visto es la que he ido encontrando en bares, generalmente noticieros, con informaciones sincopadas o miopes que no acabo de entender. Hoy he visto un mitin del PSOE con llegadas de los miembros del gobierno sobre alfombra rosa (tipo Zinemaldia) y con entrevistadores / actores, grupo de jazz y un público entregado. Debo confesar que tampoco he entendido nada, que parecía una burla editada de "Vaya semanita", pero que al parecer ha ocurrido de verdad. Y ya no quiero saber nada más de la actualidad, de la gripe A, de la sección de economía (no por dios), quiero quedarme en este salón y escuchar a este grupo de Barcelona que Lara no conocía y yo sólo un poco, terminar el plan de rodaje, los desgloses y todo el cristo que tengo pendiente, cenar, acariciar al gato, descansar y escribir, escribir, escribir, visualizar, acercarme a ese hombre con mala suerte que empieza a creerse que tiene poderes, quién es, qué ropa lleva, por qué me lo imagino en determinado pasadizo comercial del barrio, escueto en claroscuros, como el plano de la estación en "Munich", cómo ir contando la desolación mediante la imagen patética de un infeliz al que todo le sale mal, el trabajo, el amor, la vida, en general, un gixajo, lo siento, es una palabra intraducible pero increíblemente exacta, pero que en su fuero interno empieza a comprobar que puede desear el mal del de enfrente y provocar que ocurra en cuestión de segundos (si está muy concentrado). Su poder le llevará a la reflexión de cómo ejercerlo, si para el mal o para el bien. Pero el bien no funciona, intenta ayudar a los necesitados pero sus deseos no se plasman, los milagros no se producen. En el mal la cosa va de maravilla, pero lógicamente empieza a discriminar mejor, a elegir más escrupulosamente sus víctimas. Porque se da cuenta de que aplicándose contra los más merecedores de su castigo, en el fondo está ayudando a los demás, hace el bien a través del mal concreto. Delirios de grandeza, claro, el tipo es un cuarentón apuesto pero inútil, las cosas ocurren sí a su alrededor, y él cree provocarlas porque las desea, cuando en realidad ocurren sin más o se las imagina. No, no va por ahí, la cosa así no funciona. Pero hay algo, algo... palabras, tecleos, manchitas oscuras sobre fondo blanco, la zebra a la que me han atado.

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