martes, 29 de junio de 2010

La vergüenza


Hace unos meses saltaba la noticia de que el gobierno italiano pretendía exigir el pago de diez euros a cada uno de los turistas que visitasen Roma. Se trataba de una medida recaudatoria un pelín histérica que pasó prácticamente desapercibida en mitad del estrépito europeo, apenas una nota desafinada dentro del jaleo sinfónico de las bancarrotas y los polvos volcánicos. Hoy nos enteramos de una nueva noticia: Italia está planteándose la posibilidad de vender algunos de sus monumentos. No sabemos cuáles ni a quiénes. Esta mañana he podido escuchar las opiniones que esta ocurrencia suscitaba en dos elegantes señoras que desayunaban cerca de mi: una vergüenza, a dónde vamos a llegar, esto no puede ir en serio, qué barbaridad.

Mientras tanto, los responsables del gobierno catalán acusaban a España (ojo al dato) de traicionarse a sí misma por considerar inconstitucional una parte significativa de una constitución propia para Cataluña. La bronca política que ha suscitado el fallo (nunca mejor dicho) del Tribunal Constitucional está siendo de órdago. Pero habrá quien piense que lo de la venta de monumentos es más grave, de alguna manera más definitivo, sin vuelta de hoja. Considero que en el fondo son noticias muy parecidas. España vende una parte de su territorio, o ni siquiera eso sino que sufraga su libertad. Lejos de poner en venta el Coliseo nosotros pagamos bien caro para que nos quiten la Monumental. O Santa María del Mar, si lo preferís y así no tocamos otros temas (que seguro se consideran más graves). Inciso: ayer, Pilar Eyre, periodista del corazón, pedía públicamente perdón por haber hecho pública una información finalmente falsa sobre María José Campanario según la cual la mujer de Jesulín maltrataba a los animales. Eyre corría a deshacer el entuerto y dijo casi textualmente: “Me alegro de que no sea cierto porque es una de las peores cosas que se pueden decir sobre alguien”. Bien. En este país vivimos, nos lo hemos ganado a pulso. Maltratar a un animal es de lo peorcito que se puede hacer, sin embargo prohibir el burka es penalizar más a las mujeres que lo usan.

¿A qué sabrá el dinero que reciban los italianos a cambio de la venta del Arco de Trajano o la Boca de la Verdad? Más o menos como este sabor de boca que me deja la lectura de las opiniones entrecruzadas de nuestros políticos a raíz de la no sabemos si rectificación o refutación del Estatut por parte del TC. Para algunos, principalmente los nacionalistas catalanes, se trata de una estocada mortal al Estatut. Para otros, el gobierno y sus corifeos, la decisión del más alto tribunal es la prueba de que el Estatut es constitucional y perfectamente compatible con el marco jurídico autonómico (María Teresa Fernández de la Vega). Y se trata de la misma decisión, la misma noticia, el mismo país, aunque parezca mentira. Sólo unos pocos, además de los de siempre y que han perdido ya la poca credibilidad que les quedaba, insisten en recordar que estamos ante un chantaje absolutamente incuestionable que España no puede permitirse a no ser que le apetezca dejar de ser España para convertirse en otra cosa, Spaña, Esaña, o el coño de la Bernarda.

Me da vergüenza, y me quedo corto, leer titulares como “el PP se la pega con el Tribunal Constitucional”. ¿Se puede tener mayor ceguera? ¿Se puede vivir en una más completa imbecilidad? ¿Es esa verdaderamente la noticia, Leire? ¿Realmente a la gente le da igual que Cataluña deje de ser España y se convierta en lo que “sus ciudadanos decidan”? Lo entrecomillo porque habría mucho que decir al respecto de esas “decisiones” y vaya por delante que casi lo hago como un favor que concedo a ciertos catalanes, porque no les deseo el despertar de unos cuantos alemanes cierta mañana de 1945, cuando observaban realmente consternados lo que ciertas “decisiones democráticas” habían provocado. ¿No le importa a nadie que una parte de España tenga tanta voluntad por suicidarse? Y no me refiero al futuro económico o político de una hipotética Cataluña independiente. No pondré en duda que bajo algún tipo de sistema el nuevo país pudiera despegar en una meteórica carrera ascensional que lo llevara hasta los mismísimos cielos del G-20. Incluso entonces Cataluña se habría suicidado. Descorcharían botellas de cava pletóricas muchedumbres de suicidas y desfilarían orgullosos bajo el sol las madres y los padres, los padres y los copadres, los hijos y los pobres inmigrantes a los que el acontecimiento les hubiera pillado currando, todos o casi todos sonrientes, engañados, pero sonrientes, suicidados, pero satisfechos. Cataluña se habrá suicidado el día que triunfe esa pandilla de flautistas de Hamelin que día tras día dedican cada una de las gotas del sudor de su frente a fraccionar una sociedad e insuflar en ella la idea de la diferencia, de la excepcionalidad, de la superioridad, falsos mesías que dicen amar su país y sólo demuestran desconocerlo, y eso en el mejor de los casos, pues no falta quien a sabiendas pretende silenciar al que no se esté quieto, borrar del mapa las huellas de una cultura (no ya hermana, sino siamesa, unidas por el tórax, inseparables, a no ser que se quiera poner en peligro sus vidas) con la que dicen no sentirse identificados, de manera muy similar, aunque eso sí, incruenta, sin sangre, a como otras pandillas de salvadores han pretendido eliminar todo rastro de ciertas culturas que hoy por hoy ya no reciben las condolencias de los moralistas oficiales que deciden quién es la víctima del momento. Habrá vencido la ignorancia, la mentira, la putrefacta manipulación de la Historia en virtud a unos cuantos mitos y a un cizañero y carpetovetónico racismo analfabeto mal digerido.

En este país de furibundos defensores de los derechos de los trabajadores que se levantan en armas sólo cuando les suena la alarma anti-cacos que tienen instalada en el bolsillo pero nunca antes, en este país de solidarios progresistas a los que hay que recordarles como quien cuenta un cuento de terror que hay muertos recientes que han sido asesinados por aceptar que una empresa francesa construya un supermercado en territorio nacional, en este país de antitaurinos donde una alcachofa que tuviera la mala suerte de ponerse en el trance de extinguirse inspira más solidaridad y empatía que el ciudadano de ideología opuesta, en este país, digo, no me extraña que no importen las barbaridades que se cometen y que se cometerán en un futuro inmediato y de forma constante y progresiva. En este país donde los intelectuales que más venden se indignan sólo para recordar los nombres y los apellidos de los muertos de uno de los bandos, no vaya a ser que la gente olvide que los bandos existen y existirán, o le de por pensar que ya está bien de tanta simplificación, de tanta tergiversación, de tanta cortina de humo, en este país no se puede hacer nada sino desayunar en silencio y preocuparse por el destino del Foro Romano, aunque uno esboce una secreta sonrisa por haber tenido la milagrosa idea de haber viajado a la Ciudad Eterna antes de que se tengan que pagar diez euros más por visitar el solar donde una vez existiera un Templo de Vestales.

Esta noche, Josep-Lluis Carod-Rovira ha dicho: “En Madrid parecen no querer enterarse de que en Cataluña están pasando cosas de gran calado”, y hemos de reconocer, visto lo visto, que tiene toda la razón del mundo. Pero ha añadido: “Y el que avisa no es traidor”. Y vuelve a tener razón.

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