viernes, 11 de diciembre de 2009

Rolfe vs. Symons vs. Rolfe


Lo que siguen son extractos de "En busca del barón Corvo" de A. J. A. Symons, maravillosa biografía (y novela policíaca sobre cómo se escribió) editada por Libros del Asteroide. Es imposible resumir de lo que trata este libro o lo que uno va encontrando en él a medida que va leyendo. Pero diría que es el relato de cómo una persona va conociendo poco a poco a otra en profundidad. Poco importa que se traten de un biografiado y un biógrafo, puede extrapolarse a cualquier otra situación. Él tiene más problemas para penetrar en el otro porque no se conocieron y Rolfe ya está muerto cuando Symons emprende la investigación. Pero en el fondo es el mismo proceso que seguimos todos, escuchar las versiones oficiales, reunir las pruebas físicas, las testimoniales, forjarnos una idea general y después, ir descubriendo las oscuridades, las razones verdaderas que inspiran cada acto, completando así la figura, imprescindiblemente ambigua, cuando no directamente bipolar. En fín. En estos extractos se habla de amor, del concepto que Rolfe tenía del amor, como una más de sus opiniones contundentes; después, Symons trata de explicar esas palabras. No importa si suenan un poco viejas (lo veréis cuando lo leáis) porque creo que en el fondo son correctas, amables, llenas de una emoción verdadera, la que llega a sentir el biógrafo por el biografiado, casi como un Dios de segunda al que se le estuviera confiando la posibilidad de enderezar el pasado (Rolfe tuvo una vida dura llena de calamidades), aun a sabiendas de que eso no es posible. Espero que os guste tanto como a mí:


El biografiado:
Frederick Rolfe, "Barón Corvo", en carta a Temple Scott (hacia 1903):

"Cada dos por tres me quedo estupefacto ante esa cosa extraña que la gente llama amor. Sería estúpido negarlo, ya que cada dos por tres surge el ejemplo de un hombre o una mujer sensatos cuya vida se complica con la vida de otro o de otra de forma ciega y misteriosa. Llegan a soportar la presencia continua del otro. Oh, tiene que haber algo en ello.

Pero a mí se me antoja tan tremendamente divertido. El placer carnal lo aprecio en todo lo que vale, pero me gusta cambiar de vez en cuando. Hasta las perdices cansan después de muchos días. Sólo la ignorancia estúpida o la hipocresía ponen pegas a la concupiscencia carnal, pero veo que hay gente que llama sagrado a lo que es puramente natural y me quedo estupefacto. Supongo que todos nos engañamos. Sonarse la nariz (...) representa un alivio natural. Lo mismo el coito. A éste, sin embargo, lo llaman sagrado, mientras que lo otro pasa sin epítetos. ¿Por qué hay que darle más importancia a una cosa que a la otra? Me parece que no quiero saberlo.

(...) En cuanto a mí, me pudro en mis cadenas y la naturaleza se limita a mirar por la ventana de mi prisión y luego pasa de largo. Me envuelve una malla de gélida indiferencia, nadie llega a mis sentimientos. Me encuentro apartado, sólo." (pp. 182-183)

El biógrafo:
A. J. A. Symons, sobre F. Rolfe (1934):

"Más que cualquier otra cosa, lo que anhelaba era que sucediese algo dramático que le hiciera independiente" (pág. 184)

"El punto de partida de su carácter complejo estriba en que era sexualmente anormal, en que era uno de esos hombres infortunados en los cuales los impulsos de la pasión están desviados. Las causas de esa anomalía, a menudo tan desastrosa para quienes la padecen, siguen siendo objeto de debate entre los expertos. (...) Pero, aunque no prestemos atención a la causa, es esencial, si queremos comprender a Fr. Rolfe, que tengamos en cuenta que él no eligió ser así: que fue algo que se apoderó de él desde sus primeros años y que no podía hacer casi nada para cambiar.

La historia de la Grecia antigua y de la Italia del Renacimiento nos demuestra que los sentimientos homosexuales no impiden el desarrollo de la personalidad ni obstaculiza el éxito en la vida; pero Rolfe vivía en la Inglaterra victoriana y por fuerza debió darse cuenta, probablemente siendo aún muy joven, de que su tendencia era contraria al mundo en que vivía. Fue entonces cuando empezó el largo dilema de su vida.

Su temperamento le indujo instintivamente a seguir la carrera del magisterio. La proximidad le permitía satisfacer su interés por los jóvenes de sexo masculino, interés que (también probablemente) él no reconocía aún como una manifestación de sensibilidad sexual. Pues, si bien es posible que no reconociera conscientemente la naturaleza de sus sentimientos, no lo es que, por debajo de la superficie, su subconsciente no se percatase de ella. El consiguiente conflicto interno e invisible le dio, si no un conocimiento de su naturaleza, sí, por lo menos, una percepción de su rareza. Se daba cuenta de que no era como los demás hombres.

Resulta fácil comprender el atractivo que para alguien en estas circunstancias ejercería el sacerdocio católico. Rodeado de quienes habían elegido voluntariamente el celibato, su anormalidad no se convertía en un posible vicio, sino en señal de su vocación. De ahí que aspirase a la ordenación (...). Quizás, de haber recibido las órdenes, habría podido (fortalecido por este apoyo exterior) desechar todos sus sentimientos sexuales y contemplar el hecho de desecharlos como una consecuencia del privilegio recibido.

(...) A medida que se hacía mayor se volvía intolerablemente consciente de la falta de satisfacción emocional de su vida. Su burla del amor ante Temple Scott [extracto primero] y su afirmación de saciedad fueron, estoy convencido de ello, como el desdén de la zorra por las uvas que no podía alcanzar. (...) Buscó algo que sustituyera el afecto en la colaboración [asociación literaria con otro autor que Rolfe practicó a menudo] como forma de intimidad.

(...) Finalmente satisfizo su pasión. Seguía llevando la máscara, pero la represión desapareció. Se calentó las manos ante el fuego del amor que el dinero o los halagos pudieran proporcionarle" (pp.: 285-291)




Foto: Tito Biondi aen el Lago Nimi Fotografía de F. Rolfe (hacia 1890-92).

1 comentario: