jueves, 3 de diciembre de 2009

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Volver a casa, con las manos en los bolsillos del abrigo, y saber que le he buscado. Caminar hacia adelante y reconocer que las calles van retrocediendo, que vuelvo hacia atrás, que deshago caminos, reviviendo el milagro, espiando como un fantasma invitado aquel encuentro inesperado, fértil, el comienzo de todo. Volver de otras vidas, de risas nuevas, de distintos placeres, y encontrar un rumor de hábito, un deseo de repetición, un anhelo de regreso. Extraigo ese cáncer con mis propias manos, es muy fácil, lo contemplo de cerca mientras subo escaleras y replanteo discursos, no es más que una entraña dislocada, un conjunto de células imbéciles además de enfermas, que miran hacia donde aprendieron a mirar, que tienden, no crean, le buscan en todo, le invocan. Pero quién es, qué tiene de especial, qué vale, es espejismo, humo, garra que se prende a la vena más fácil, a la que antes sangre, como una encía, no importa qué, mientras duela, mientras reaparezca detrás de las esquinas, media cabeza, media vida. Odio su reiteración, su réplica. Destruyo imágenes cuando debería crearlas, me paso la noche asfixiando ideas recién nacidas, ahogando sueños con la almohada, y siento placer cuando dejan de patalear y se tensan y se enfrían y azulean y desaparecen. Llego a la puerta, la abro y me está siguiendo, en otros, en ventanas, en errores, en discrepancias. Me rodean bocetos, ensayos, parodias. Qué tiene tan poderoso, qué ha hecho de mí, que sólo puedo boquear ausencias, soy un yonqui sin remedio, un cuerpo podrido, pero no, no, hay espejos, bocas, voces, que dicen lo contrario, y les creo por un minuto, y me peso y me crezco, pero hoy he vuelto a casa sabiendo que le estoy buscando, mis brazos sólo aceptan jeringuillas de las suyas, hipo de mi aliento, mi estertor. Voy al sueño y sus imitadores se esfuman, las sombras regresan a los contornos de los objetos, la música vuelve a los altavoces, el dolor a su cuchillo, la sangre a la bala, sé vivir aquí, puedo, tengo, pero hoy, esta noche, al volver a casa, al despedir otros mundos, he sabido que le he buscado, un poco, dos minutos, nada, como un pálpito, como un soplo, un dolor lumbar que se cura con reposo, una jaqueca para la que sólo hay guillotina, suelta la cuerda, que caiga la cuchilla, viene, zas, ya está. ¿Ves qué fácil? Y en los sueños ya no existe, no cabe, no podría ni aunque supiera hacerlo. Sólo sabe reflejarse, reproducirse, maquetarse en diminutos dobles, en píxeles cancerígenos con los que se va formando mi mundo, a su imagen y semejanza. ¿Por qué sobrevive intermitente si lo he matado tantas veces? ¿Qué clase de zombi soy o es? ¿Cuánta sangre he de verter para ahogarlo? Le miro a los ojos. Son dos botones insignificantes, ya no me recorren, no me definen, no dicen nada, son cuencas muertas, valles arrasados. Son lunas que me dan la espalda y parecen idas, hay un sol que les da en la cara. Por qué me empeño ahora, en pijama, por qué ha vuelto esta noche, dos minutos, casi nada, dos eternas explosiones. Y sus réplicas, como muñequitos de papel recortados, decorando mis festejos. Que otros usen mis tijeras, que otros diseñen las esperanzas. Dura nada, dos minutos, dos inmensas nadas, pero por qué se repite y habita, por qué se eterniza.

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