jueves, 13 de agosto de 2009

Regreso (Málaga)


Qué poco, qué debilucho andamiaje, qué falta de cimientos, qué anemia moral, maleta en mano, poniendo buena cara a la incertidumbre, en el calor que se parece a la asfixia, pies inestables en calles ruidosas, como levantar un camping en una riada, qué cerquita se siente la desazón, el vértigo de un mundo sin hacer, recién llegado, el traslado de la estación a la comida de confraternización del equipo de dirección, saludos, manos apretadas, abrazos de un segundo, como una placa de neumotórax hecha con cariño, besos ásperos de barba crecida (mi aspecto como ejercicio de estilo), incomodidad, máscara, tapando las grietas que hacen agua en la imagen de mi que más conviene con sacos de niebla, miradas vacunas, respuestas vagas. La ciudad me guiña un ojo, me persigue por las calles, me saca fotos desde balcones, marquesinas, escaparates, como un predador saciado que todavía sólo quiere jugar, soy demasiado extravagante aún para entrar en el menú, me reconoce a veces, me tira una hoja seca al pecho para auscultarme las intenciones, me intuye borroso, anonadado, ignorante. Tengo asilo temporal pero hay una imprecisión en mi futuro inmediato, una falta de previsión, una provisionalidad que tatúa su electrocardiograma desquiciado en el ritmo de mi respiración, el bullir de mis venas abotargadas y los restantes fluidos que esperan la cola para hacer acto de presencia. Llega, primero, el sudor, como un jersey de punto en pleno agosto del que no puedes desprenderte. El balcón de mis anfitriones da a unos rectángulos de resplandor lechoso, me despierta el coro del Secretariado Gitano, estudiantes que ejercen de sereno, baten palmas y ahuyentan los últimos fotogramas del sueño en bandada, ya está el calor en los aleros, desciendo del dúplex por la escalera vertical de diseño, me desayuno un poco más de aturdimiento, me pongo a Bach y sus sonatas de chelo que moscardean hasta que llega el transportista a llevarse el proyector estropeado y puedo prepararme para salir a la calle y sacar las primeras fotos, las primeras muestras del ADN de mis recuerdos de Málaga, ese baúl de instantáneas con menos plazas, calles y edificios que personas, tratos diarios, amenidades individuales, voy a buscar lo poco que pude ir dejando colgado por el extremo de las miradas de hace cinco años, perdiéndose en avenidas interminables, esquinas coloniales, museos Picasso, tascas de porra y vinito blanco, cuadrillas de Olímpicos dorando la etiqueta negra de sus pezones (chicos rapados a capricho, descamisados y con colgantes de beato navajero). Veinticuatro horas de respiro antes de la primera extracción en ayunas. Qué poca salud, qué palpitante precariedad, la de mis pequeñas alas bisiestas, remontando la empinada cuesta de las jornadas sin pauta, del sol de desierto y los oasis escamoteados, qué futilidad la de mi atrevimiento, qué losa tan de atrezzo van arrastrando mis pestañas temblonas, qué ganas y qué pereza construir una pequeña cotidianidad. Los miedos juegan conmigo al escondite inglés. A cada vistazo se me aparecen más grandes, más cercanos y al mismo tiempo menos precisos, anodinos, como bostezos de mi subconsciente averiado para la inventiva de nuevos retos. Qué insistencia la de mis pulmones. Tendré que salir a andar hasta agotar al viajero que aún hay en mí.

P.D.:Fotografío los objetos que he mandado a explorar las inmediaciones.

1 comentario:

  1. Muy bonito texto, interesante, muy bien escrito... con ritmo, sin pausa. Estupendo de verdad.

    Un beso,

    Beatriz

    ResponderEliminar