sábado, 3 de enero de 2009

Collage 2


Me despiertan poco a poco dos mensajes en el móvil, como dos besos con barba, el primero me ha sacado de donde estuviera, el segundo me ha dicho que es tarde. Los dos mensajes dicen algo parecido: no vamos a hacer lo que hemos planeado porque hace un tiempo horrible. ¡Qué sensación, la de saber que allí fuera, detrás de las contraventanas y esa gasa de claridad lechosa que repta por sus resquicios y se abre en palmas breves a los costados, hay una hecatombe de agua y viento, una pesadilla de katiuskas y chubasqueros, y yo aquí, en la cama grande como un campo de fútbol sin gradas, sin poder abrir del todo los ojos, seco y todavía entumecido en los sueños! Me levanto agotado. He pasado la noche refundiendo todas las caras que vi ayer en una sola. Me ha salido una especie de hombre caballuno de Boccioni. Tengo heridas en las manos de tanto tallar y bruñir y esmerilar. Pongo en marcha la reproducción aleatoria de la carpeta de canciones para sábados de lluvia. Hay un enero de cosas puntiagudas, un mecanismo de ruedas con dientes que se engarzan mútuamente y yo, como Chaplin, me he colado dentro, con una llave inglesa y la conciencia de clase de una amapola, soy digerido por la maquinaria de una mañana abrumadoramente muda. Vienen al rescate mis viejos amigos, Glass, Wainwright, Caine, que me dan una ilusión de continuidad. Ayer supe que existe un tráfico ilegal de musgo. No te acostarás, etcétera, etcétera. Volví a casa bajo una lluvia fina y tenaz, con el volumen del ipod al máximo, cantando estrofas por las calles, Plaza de España, Oriente y Almudena, Bailén y San Francisco, sorteando sombras arrebujadas en ropas brillantes de agua, propulsado por las zapatillas hacia el paso siguiente, adueñándome de Madrid a ritmo de Marmalade y su "Reflections of my life" (gracias, Jesús, por el descubrimiento). Vi a una chica llorando en un portal. Digan lo que digan, en Madrid ya no quedan gatos. La última vez que vi uno, me miró con la expresión del exiliado que abandona su ciudad, maleta en ristre, jiboso y arañado, como si su última mirada me la estuviera dedicando a mi, en lugar de al solar que ha sido su hogar, al empedrado que han recorrido sus patitas acolchadas, o a los cielos opacos y anaranjados que brillan como el interior de una nevera llena de algodón. Ilusión de continuidad. Reproducción aleatoria. Pues sí, está lloviendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario