viernes, 2 de enero de 2009

Bikini Party


Yo le decía a Lara que cuánto mejor una fiesta con otro leit-motiv, donde pudiéramos lucirnos con ropajes vistosos los que estamos condenados al atrezzo para epatar. Pero no. Se decidió que había que ir de playa, era una fiesta del bikini en pleno invierno, y allá que nos fuimos. Por suerte no fui el único con un exceso de sentido del ridículo y pudimos pasar inadvertidos. Los había espléndidos y las había espléndidas. Nadie como la propia Lara, que me dió la bienvenida con una presentación en toda regla, en fila compacta de a seis, de toda su piel esplendorosa con voluntad de ataque y conquista. Y entre pieles anduvo el juego. Las había semiescondidas y tersas, ignoradas y costosísimas, abrumadoras y horizontales, y las hubo verticales. En la esquina del fondo a la izquierda dormían los trocitos de hielo, ignorantes de lo que les depararía la noche, un trajín de vasos y licores, trocitos de melón, y la acidez del limón que andaba por allí incapaz de amargar a nadie. Estaba también el humo de mis cigarros y la mirada de Andrea, esa Lola Dueñas en guapa que me sacó los colores y me dió de reir. Se pasaron los escandinavos, con sus historias y sus tesinas, saludos a Copenhague y Tomás, que entre viaje y viaje lechuga, decoroso, anhelante, medidor de una espalda que daba la vuelta al salón. Había bailarines de claqué, portadores de grandes gafas oscuras, el señor de los anillos y un Lemony Snikett con mucha pedrería. Y vinieron los Pablos, que son muchos pero parecen uno si los ves en perspectiva, multiplicándose y diciendo los diálogos certeros del anarquista que pone bombas y apaga la mecha con chicle niño y resistente. Simón incendió las galeras a dos manos, girando las ruedas de lo posible, estirando los cuerpos hasta su punto de no retorno. Llegaron los señores Física y Química a pelearse por las habitaciones, pero ganó la señora Beso Espléndido, dueña absoluta de la pista, subida en su rocín de fin de año, explotando de ternura y a veces el amor de verdad aparecía por una rendija, se colaba entre los codos en uve y las girnaldas, pellizcaba los culos apropiados y se volvía a esconder, a lomos del gato que intui pero no llegué a ver. Hubo conversaciones sin moderador, confesiones sin cura, retratos al óleo, bocetos al carboncillo y fotografías de esas que nos sacan lo que no teníamos. Hubo pasos de baile, ofertas de viaje, buenos augurios y ceniceros. Hubo fiesta en casa de Lara. Fiesta del bikini por y para desearle una buena estancia en la tierra de los canguros. Faltaron extras y se llamó a los bomberos. Apagaron incendios de urgencia crepitante y se tomaron una copa con los pirómanos. Vi a un esqueleto buscando su abrigo, muchos tipos de cremas en los estantes del baño, y una escalera que daba al techo y del que descendían piernas y más piernas confundidas con tanto escalón. Las paredes me daban ánimos, me jodí una rodilla tratando de horizontalizar la esquina de una mesilla, y siempre volvía a encontrar los mismos hielos al fondo de mi vaso. Probé un poco de discurso pero me gustan más las axilas. Y hubo un momento, inmortalizado, en que Ella y El compartieron la increíble vastedad de un salón vacío y declinante, sentados uno frente al otro, quizá intentando recordar por qué una ceja es así y por qué la comisura de sus labios sabe igual que su párpado.

Buen viaje, Lara.

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