jueves, 30 de abril de 2009

Metáforas

Estaba en la calle. Encendí un cigarrillo esperando no sé muy bien a quién y me guardé el mechero, verde y pequeño, en el bolsillo. Emprendimos la marcha y unos pocos pasos más adelante, mis ojos saltaron con alegría al encontrar en el suelo, justo delante de mi pie, un mechero, igualmente verde y pequeño. ¡Increíble coincidencia! “Mira” dije a quien me acompañaba, “¡qué cosa más increíble! Mi mechero es igualito”. Lo recogí, probé su rueda, vi que tenía gas y funcionaba a la perfección y sin más comprobaciones me lo metí en el otro bolsillo. Cuando más tarde quise encenderme otro cigarrillo con alguno de mis dos mecheros gemelos, me di cuenta de que no tenía ninguno. El problema de tener los dos bolsillos de este pantalón agujereados es que te puede llevar a equívocos desilusionadores.

No conviene, bajo determinados estados de ánimo, ver en este tipo de episodios metáforas o mensajes divinos a modo de esos escritos asertivos que vienen dentro de ciertas pastas chinas. Sin embargo, cuando me levanto y me doy una ducha, las cañerías de mi casa se empeñan en jugar con mi paciencia y, lo que es más grave, con esta sensación de credulidad ante las coincidencias fenoménicas y los azares con moraleja. A veces del grifo sale una cantidad abundante de agua, pero otras, la mayoría, tengo que conformarme con un hilo borboteante que recorre mi espalda como la lengua de un viejo lascivo. A veces es un chorro tibio e insuficiente que me deja encorvado y gruñidor como un indio conjurando a la lluvia ante una hoguera. Otras veces tengo que retirarme a la esquina opuesta de la bañera con el cuerpo cocido como el de un centollo, algunos vecinos oyen mis juramentos mientras tienden la ropa o ventilan su salón. El caso es que entre pitos y flautas la ducha matutina normal, tonificante, sistemática, es más bien algo excepcional en mi casa y en mi vida. Tardar media hora en regular la temperatura del agua hace que sientas tu propia casa como un hotel, da a tu vida una noción de nomadismo y provisionalidad como de tribu zíngara, deshace la ilusión de la estabilidad, que es como la persistencia retiniana pero aplicada a la existencia.

Y sea como fuere, salgo de la ducha y me enciendo cigarrillos a mi manera, que es más parecida a la de un Charlie Rivel que a la de Will Smith en “Soy Leyenda” o la de Humphrey Bogart en “El sueño eterno” respectivamente.


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