Pedro Almodóvar tiene un blog. Lo escribe primorosamente en castellano y luego tiene quien se lo traduzca al inglés y al francés. Desde estas páginas virtuales, el manchego ha levantado una pequeña gran polvareda con un texto de descargo y venganza contra Carlos Boyero y Borja Hermoso, crítico de cine y jefe de cultura, respectivamente, de EL PAIS, ambos enviados especiales al último y hanekiano (hurra tres veces) Festival de Cannes. ¿La razón? Almodóvar no está de acuerdo, por decirlo suavemente, con que “el principal periódico de nuestro país” haya enviado a estos dos personajes a cubrir un evento en el que, entre otras cosas, Almodóvar competía con “Los abrazos rotos”. ¿Y por qué no está de acuerdo? Principalmente porque, siempre según Almodóvar, tanto Boyero como Hermoso, a quien tilda de fiel “escudero” del malpulgoso crítico, no eran las personas indicadas para transmitir fielmente a los españoles lectores del citado medio lo básico y necesario al respecto del paso de su última película por la cumbre de los festivales internacionales de cine. Boyero, en concreto, publicó en su momento que pasaba olímpicamente de volver a ver la película (“No soy masoquista, no quiero ver otra vez ‘Los abrazos rotos’”) que ya había criticado y destrozado en el momento de su estreno español, y Almodóvar se queja de que el enviado especial a Cannes reconozca tan ufanamente que se la trae floja asistir al pase, ni siquiera para informar de la reacción de la prensa internacional (“A mí me importa un comino si Boyero es o no masoquista, si tiene un testículo o cuatro, o la marca de crema hidratante que utiliza. Ya que le pagan para que informe de las películas que compiten en el festival (aunque haya visto alguna antes, no puede conocer la reacción de la prensa si no asiste a la proyección), el hecho de no ser masoquista no debería eximirle de esta obligación”).
sábado, 30 de mayo de 2009
El género ínfimo
lunes, 18 de mayo de 2009
Mal hallados
Sí. Me he enganchado a "Lost". Nos hemos. Sergi me arrastra por el tobogán de esta droga como la extraña nube negra arrastra a Locke, de los pies, para atrás y sin remedio. La panadera del barrio es como Rousseau y ahora todos los pitidos eléctricos que suenan en la casa parecen venir de una escotilla bajo nuestros pies. Cuando me despierto veo la lámpara que cuelga de mi cabeza acercarse a mí en espiral. No sé si podré bañarme en la playa este verano. Veo a Ethan en mi ducha. Mis jornadas están divididas por pertinentes fundidos en negro. Hay un niño negro en el colegio de la Gran Vía de San Francisco que creo que tiene poderes. Hay un labrador blanco que corre suelto por el barrio (sé que es del estanquero) y lo llamo "¡Vincent, Vincent!", pero no acude. Cuando Sergi me pregunta qué hay de comer tardo seis segundos en contestar y le miro fijamente entornando los ojos. Me gusta llevar los cuchillos en los bolsillos del pijama, por si entran moscones por la ventana o se me atasca el emule. Mis vecinos están haciendo una junta para echarme y todo porque corto y apilo madera en el descansillo. Como fruta sentado en el suelo de balsosas de la cocina (me he constipado). Cuando compramos merluza lo trincho con un palo y hago como que lo he pescado en la bañera. Me gusta el sudor marcando cercos de 60 centímetros de diámetro en las camisetas. Llevo seis días con la misma ropa pero todavía no se ha ajado (no sé cómo conseguir una atmósfera con salitre aquí, en este insípido Madrid sin osos polares ni nada de nada). Cuando vuelva a San Sebastián partiré en dos la figurita de la Virgen María fosforescente que hay en mi cuarto, por si alguien se ha dejado algo dentro con lo que pasar una noche tonta. Los chinos de debajo de mi casa dicen no saber español, pero yo miro a la mujer y le digo en el idioma de Cervantes que a mí no me la da, le compro la leche y me la unto en la nuca, pero no veo nada raro o veo lo mismo de siempre (¿cómo se quita la leche solidificada del pelo?). Y no hablemos de los murmullos, me tienen frito, todas las veces que paso por el pasillo me dicen cosas y me soplan en la nariz. Sergi me ha prohibido andar con teas encendidas porque dice que ahumo el techo (¿y lo que ahorramos en luz?) pero me gusta el reflejo de mi cara en el espejo del baño a la luz primitiva del fuego, sonrío y hago la señal de saludo de los vulcanianos (estoy confundiendo ficciones, pero todas son de JJ). He despertado con arañazos en la cara y lo primero que he hecho ha sido mover los dedos de los pies. He vuelto a ver "El señor de los anillos" pero ya no es lo que era (estoy convencido de que el pan élfico tenía heroina). Y curiosamente, el último minuto de día, antes de irme a dormir, siempre es el más emocionante.
Doctor, ¿soportaré las cinco temporadas restantes?
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