miércoles, 28 de octubre de 2009

La piedra


Primera piedra. Come, lee y haz ejercicio, me dice un buen consejero. Leo comiendo y no paro de descubrir nuevas cuestas en este pueblo que me acoge. Ordalías de intercambiadores de autobús y conexiones con línea 10 de metro, dos horas para llegar a donde antes tardaba diez minutos. Es la vejez, la experiencia, a uno le va costando más hacer lo que antes no era sino un acto reflejo. No hay desolación (ya o todavía), no hay lágrimas que quemen ni estraguen, hay una mirada limpia, miope, y la luminosidad de una maqueta de Madrid con su boina irrespirable, anaranjada, a las ocho de esta mañana primera. Primera mañana. La casa/asilo me palpa las costillas cuando me seco el cuerpo. Ha enviado a la alfombrilla para calcar mis huellas, los libros de la abigarrada librería pestañean incrédulas como franjas de una truncada columna de decibelios, no me conocen aún, sólo saben que palpo delicada y cautamente sus lomos, como abrigando seductores placeres. El desayuno es la primera obligación, el relato intermitente y el cigarrillo, su imprescindible epílogo, y ya puedo empezar a tramar el día. No leo la prensa por si me estalla la crisis en plena cara (¿seremos cuatro millones y medio de parados?, ¿cuatro millones y medio de infartos de miocardio?), no discuto de econometría, los hay más doctos. Las cuentas a cero, vertiginosamente resbaladizas, como la carretera que me arrastra hacia Madrid, debo terminar unos asuntos, nudos de una corbata rígida, rugosa, luciente. En la ciudad hay trastornos, bloques de piedra desubicados, hombres que cuentan los signos del otoño, como registradores de la propiedad, tenistas de la urgencia, borbotones de una sangre delgada, que no duele (no duele), brillos familiares, terciopelos falsos (pero ay, qué dulces), flechas puntiagudas, tensadas, pronósticos, afanes, globos de niño atrapados como espermatozoides moribundos en altísimos techos, exposiciones, ferias, grupos de ciegos buscando sus bastones, un consuelo de ojos verdes, un amigo inubicable, una promesa yacente, un alpinista en potencia que suelta el lastre, lo suelta, lo deja caer, se hunde, no regresará. Cuando miramos la ciudad tendemos cuerdas con las que después, al regresar sobre nuestros pasos, en franca retirada, tropezamos. Hay una maraña de cuerdas que he de ir saltando, elástico, convencido, intolerante. Tengo, no sé si una vida, pero al menos una calle por delante. La calle se aleja a mi paso, se ensancha, enmudece de misterio, inmensidad, palpita y se ondula cuando pasan las nubes y el sol desiste unos segundos. Abro los ojos y las agendas, pronostico fechas, fines de semana, aviones de papel. Tengo citas, entrevistas, inquisiciones, me siento ante un espejo cada noche, me hundo en la bruma de la ducha, hay un delirio narcotizante en la búsqueda de la sangre de uno mismo, en el análisis morfológico de mis venas. Alimento mi pequeña bestia incivilizada, el monstruo que me dejaron en prenda, lo mimo, le corto las uñas, procuro su subsistencia. Sólo así irá muriendo, dulce, enamoradamente. Tacho párrafos, por no poder tachar otras cosas, escribo para reescribir lo ya publicado, fumo menos, aguanto más. No sé si es una carta pero si lo es tráeme unos chorizos del pueblo, aquí ya no se consiguen. Señor Juez, por si es usted el destinatario, no he muerto voluntariamente. No hay rima adecuada, imposible ninguna melodía, por tanto tampoco es una canción. ¿Qué es esto que me sale? Es una piedra, la primera, del riñón. La sedimentación de una arenisca fina y mía, nuestra, que se fue solidificando y hoy empiezo a expulsar, vía literal. Me he convertido en locomotora, sólo puedo caminar, arrastrar a mis íntimos viajeros, queridos monstruos, muertos todos en el incendio del que no se salvó nadie. Hacia demencias innatas, por panoramas vírgenes como películas de 16 milímetros, la próxima será en formato cuadrado, por mis cojones. Hay una cueva que me espera, donde seré feliz e infeliz como un semáforo es verde o rojo, y ámbar cuando sea menester, como hoy, esta primera mañana de la primera piedra del primer esbozo de una primera quimera.