sábado, 30 de mayo de 2009

El género ínfimo



Pedro Almodóvar tiene un blog. Lo escribe primorosamente en castellano y luego tiene quien se lo traduzca al inglés y al francés. Desde estas páginas virtuales, el manchego ha levantado una pequeña gran polvareda con un texto de descargo y venganza contra Carlos Boyero y Borja Hermoso, crítico de cine y jefe de cultura, respectivamente, de EL PAIS, ambos enviados especiales al último y hanekiano (hurra tres veces) Festival de Cannes. ¿La razón? Almodóvar no está de acuerdo, por decirlo suavemente, con que “el principal periódico de nuestro país” haya enviado a estos dos personajes a cubrir un evento en el que, entre otras cosas, Almodóvar competía con “Los abrazos rotos”. ¿Y por qué no está de acuerdo? Principalmente porque, siempre según Almodóvar, tanto Boyero como Hermoso, a quien tilda de fiel “escudero” del malpulgoso crítico, no eran las personas indicadas para transmitir fielmente a los españoles lectores del citado medio lo básico y necesario al respecto del paso de su última película por la cumbre de los festivales internacionales de cine. Boyero, en concreto, publicó en su momento que pasaba olímpicamente de volver a ver la película (“No soy masoquista, no quiero ver otra vez ‘Los abrazos rotos’”) que ya había criticado y destrozado en el momento de su estreno español, y Almodóvar se queja de que el enviado especial a Cannes reconozca tan ufanamente que se la trae floja asistir al pase, ni siquiera para informar de la reacción de la prensa internacional (“A mí me importa un comino si Boyero es o no masoquista, si tiene un testículo o cuatro, o la marca de crema hidratante que utiliza. Ya que le pagan para que informe de las películas que compiten en el festival (aunque haya visto alguna antes, no puede conocer la reacción de la prensa si no asiste a la proyección), el hecho de no ser masoquista no debería eximirle de esta obligación”).

Almodóvar va más allá y dice que lo que Boyero publicó a raíz del estreno de la película “no se puede considerar una crítica cinematográfica”. ¿Por qué, Pedro? “Un hombre que emplea el 75 por ciento del espacio para despotricar sobre mi persona (lo que ni siquiera es una novedad, porque lleva casi treinta años haciéndolo), y alrededor del 25 por ciento para despachar la película diciendo cosas como que la interpretación de los actores es “inane y lamentable” (dos de sus adjetivos favoritos) sin mostrar un sólo ejemplo que nos ayude a entenderle... Un texto en el que casi no habla de la película y por supuesto no aporta la más mínima razón en la que basar el tedio infinito que le provoca… Un texto así no es una crítica. Es una no-crítica. Y justamente cuando alguien expresa una declaración de tamaña hostilidad hacia mí lo último que su periódico debe hacer es encargarle la crítica o lo que sea de mi última película, si pretende respetar el principio de imparcialidad”. Yo comprendo que jode un huevo hacer una película, con todo el esfuerzo, la ilusión, el sufrimiento incluso, que supone y que venga luego el listo de turno y te aniquile al parecer sin contemplaciones con el vuelo gallináceo de su pluma fácil y superflua. Pobre Pedro, que no tiene quien le escriba una crítica a la altura de su película. Considera que la labor de Boyero es una “distorsión fanática de la realidad contra mi persona y mi trabajo”. Distorsión de la realidad. ¿Cuál es la realidad? ¿Qué su película es una maravilla? ¿Que Boyero es la única persona que ha visto “Los abrazos rotos” y se ha sentido mareada por el aburrimiento, la dispersión, la amarga sensación gatillazo que desprende, la enorme distancia entre sus logros y sus pretensiones? ¿Y que si Boyero lo ha visto así es porque existe una animadversión previa, injustificable, inargumentable? Me huele a manía persecutoria.

Cierto que Boyero es un personaje particular, al que creo que se le debe dar la importancia que tiene, no más. Si uno lo que busca son críticas cinematográficas de las de tesis y profundidad simplemente no lee a Boyero. Si uno lo que quiere es saber si a Boyero le ha gustado algo o no y por qué, sí puede leerle, e incluso, como me ocurre a mí, disfrutar con ello. Sus formas, su laconismo, esa dualidad que existe entre su yo literario y su yo mundano (como la que dividía al Doctor Slump de Akira Toriyama, cuando feo, pequeño y energúmeno, veía a su adorada señorita Yamabuki y se imaginaba a sí mismo alto, guapo y exquisito) caen bien o no, gustan o asquean. No es verdad que Boyero no de razones cuando critica. Las da, aunque pueden parecer insuficientes. Y sobre todo, Boyero ya es una firma, una marca, y de igual manera que Risto no explica sus teorías sobre la música popular cada vez que juzga a los concursantes de OT, Boyero no se extiende en pormenorizadas elucubraciones a la hora de situar dentro o fuera de su grupo de aceptados a los directores cuyos trabajos ve y asimila. El último Ang Lee le ha despertado entusiasmo, por ejemplo. Igual que el último Haneke o Audiard. ¿Da razones? Sí, las mínimas, las suyas. ¿Importa que a Boyero le hayan gustado estas películas? No. ¿Importaría que no le hubieran gustado? Tampoco. Yo voy a ir a verlas igualmente. Como fui a ver “Los abrazos rotos”. Salí escaldado. ¿Es porque odio irracionalmente a Pedro Almodóvar? No. Hay películas suyas (muy recientes) que me han encantado. Lo he estudiado, me sé su filmografía al dedillo, he publicado estudios en revistas y congresos sobre sus películas. ¿Me gusta Almodóvar? Nunca lo situaría entre mis favoritos.

Lo peligroso es esgrimir estas razones, como lo hace Pedrito, convenientemente arropadas por una supuesta carencia de objetividad y profesionalidad, así como por la farisea sugerencia de que al enviar a Boyero (y Hermoso) a Cannes, EL PAIS está poco menos que ocultando información a los españoles. Almodóvar ya dio la campaná cuando públicamente consideró que la victoria del PP en las elecciones que llevaron a Aznar a su segunda legislatura como Presidente fue “un golpe de Estado”. Así ve las cosas este gran director de cine. No sé yo quién “distorsiona” más “la realidad”. A Pedro le jode que Boyero tenga sus lectores, igual que le jode que el PP tenga sus votantes. Quizá lo que Pedrito quiere es que Boyero pierda su trabajo, o que desaparezcan de España esos seres carpetovetónicos y despreciables que siguen obstaculizando la llegada de la modernidad a este país achaparrado. Almodóvar debería tranquilizarse un poco, sobre todo antes de ponerse a escribir una sóla línea de ese nuevo proyecto que ha anunciado puede ser el siguiente, sobre la Guerra Civil española. Lo digo porque en estos momentos está en perfectas condiciones para producir un panfleto incendiario, un símil cinematográfico de eso que llevó a los españoles a desear el arrasamiento de la otra mitad, de su otra mitad.

En su dolida carta abierta, Almodóvar repasa una breve pero contundente lista de agravios que afectan a la supuesta imparcialidad de Boyero y Hermoso, acusándoles (sobre todo al segundo, como Jefe de cultura y cronista más o menos neutro, que no neutral, encargado por tanto no de dar su opinión sino de registrar las cosas que ocurren en torno al festival: llegadas, comentarios, valoración de los críticos, acogida de las películas en sus diversos pases, ruedas de prensa, etc.) de faltar a la verdad, ocultar datos (elogiosos), subrayar los comentarios negativos para secundar sus propias tesis, y en definitiva, hacer todo lo posible para defenestrar al rey de los hispanos en esto del cinema, demostrando que su único interés es ofrecer una imagen distinta a la habitual, laudatoria y exagerada, que se tiene de manchego, sobre todo en tierras francesas. Razón no le falta a Almodóvar cuando habla de la falta de pasión con la que Boyero reconoce a veces estar acometiendo su tarea. Cansa ya un poquito su aburrimiento, su hartazgo, sus reconocimientos de que ha abandonado la sala de proyección a mitad de película o que se ha quedado profundamente dormido. Creo que su responsabilidad es ver películas y comentarlas. Si te aburres con una, te jodes Carlos y la ves hasta el final, no porque te paguen para eso, sino porque creo que es la única forma éticamente correcta de justificar tu curro. Pero una cosa lo quita la otra. Uno puede aburrirse sin medida con Pedro Almodóvar, y sobre todo, puede querer comentar, cuantas veces quiera, con fastidio y asombro (e incluso, por qué no, ira) el desproporcionado akelarre mediático que no sólo los franceses suelen montar alrededor del manchego (me refiero, sobre todo, a la elevación de Almodóvar a las esferas de gurú cultural). Pedrito se pasa siete pueblos en su blog catalogando los elogios de los que es destinatario. Comprendería que hubiera sincera humildad en cualquier otra persona, en alguien que no haya dedicado tantos esfuerzos (admirables, por otra parte, sobre todo por lo certeros y acertados) en crearse una imagen internacional de sí mismo, un copyright que trascienda sus películas.

En fín. Estoy bastante harto de cineastas que no saben ni quieren encajar las críticas negativas, por terribles y abrumadoras que éstas sean. No otra cosa merecen películas como “Caótica Ana” o “Mentiras y gordas”, dos ejemplos de cómo se puede llegar a lo mismo por caminos opuestos. Merecen la indignación del espectador (tanto como el elogio, si hubiera espectador capaz de lanzarlo). ¿O es que tampoco podemos indignarnos?

lunes, 18 de mayo de 2009

Mal hallados


Sí. Me he enganchado a "Lost". Nos hemos. Sergi me arrastra por el tobogán de esta droga como la extraña nube negra arrastra a Locke, de los pies, para atrás y sin remedio. La panadera del barrio es como Rousseau y ahora todos los pitidos eléctricos que suenan en la casa parecen venir de una escotilla bajo nuestros pies. Cuando me despierto veo la lámpara que cuelga de mi cabeza acercarse a mí en espiral. No sé si podré bañarme en la playa este verano. Veo a Ethan en mi ducha. Mis jornadas están divididas por pertinentes fundidos en negro. Hay un niño negro en el colegio de la Gran Vía de San Francisco que creo que tiene poderes. Hay un labrador blanco que corre suelto por el barrio (sé que es del estanquero) y lo llamo "¡Vincent, Vincent!", pero no acude. Cuando Sergi me pregunta qué hay de comer tardo seis segundos en contestar y le miro fijamente entornando los ojos. Me gusta llevar los cuchillos en los bolsillos del pijama, por si entran moscones por la ventana o se me atasca el emule. Mis vecinos están haciendo una junta para echarme y todo porque corto y apilo madera en el descansillo. Como fruta sentado en el suelo de balsosas de la cocina (me he constipado). Cuando compramos merluza lo trincho con un palo y hago como que lo he pescado en la bañera. Me gusta el sudor marcando cercos de 60 centímetros de diámetro en las camisetas. Llevo seis días con la misma ropa pero todavía no se ha ajado (no sé cómo conseguir una atmósfera con salitre aquí, en este insípido Madrid sin osos polares ni nada de nada). Cuando vuelva a San Sebastián partiré en dos la figurita de la Virgen María fosforescente que hay en mi cuarto, por si alguien se ha dejado algo dentro con lo que pasar una noche tonta. Los chinos de debajo de mi casa dicen no saber español, pero yo miro a la mujer y le digo en el idioma de Cervantes que a mí no me la da, le compro la leche y me la unto en la nuca, pero no veo nada raro o veo lo mismo de siempre (¿cómo se quita la leche solidificada del pelo?). Y no hablemos de los murmullos, me tienen frito, todas las veces que paso por el pasillo me dicen cosas y me soplan en la nariz. Sergi me ha prohibido andar con teas encendidas porque dice que ahumo el techo (¿y lo que ahorramos en luz?) pero me gusta el reflejo de mi cara en el espejo del baño a la luz primitiva del fuego, sonrío y hago la señal de saludo de los vulcanianos (estoy confundiendo ficciones, pero todas son de JJ). He despertado con arañazos en la cara y lo primero que he hecho ha sido mover los dedos de los pies. He vuelto a ver "El señor de los anillos" pero ya no es lo que era (estoy convencido de que el pan élfico tenía heroina). Y curiosamente, el último minuto de día, antes de irme a dormir, siempre es el más emocionante.

Doctor, ¿soportaré las cinco temporadas restantes?